Sin antecedentes artísticos, ni ínfulas, ni a cambio de nada, y menos de dinero. A D. Félix Bordetas le mueven solo su alma y su espíritu solidario. Es de esos artistas que no dan la cara, pero sí el corazón. Detrás de él hay siempre un gesto para los demás. Un mensaje tallado en una madera de peral, su favorita por su dureza, grano y peso liviano “pero a la vez fuerte para no resquebrajarse al paso de la sierra de mano de hierro”.
Le daba forma con el formón, el sentido, la figura, el detalle de un rostro, el perfil de una guitarra, el diapasón de un violín o la sonrisa de una niña. Son las figuras que esculpe por inspiración, a veces por el deseo de alguno de los diez nietos y dos bisnietos de llevar un triciclo de madera o una bicicleta y mostrarla cuando van a ver al abuelo a Ballesol Salvador Allende. Pero D. Félix Bordetas es único en más cosas. Utilizaba para sus trabajos lo primero que tenía a mano, “sólo ilusión e inquietud por hacer cosas nuevas, no podía estar quieto”. Ni que lo diga. Ahora no para, algo que agradece Sol Torres, la psicóloga de Ballesol Salvador Allende, “por la capacidad de aprender, participar en cualquier actividad. Un ejemplo de actitud y compañerismo, un estímulo para el resto de residentes. ¡Si le diese la posibilidad me dirigiría los talleres!”, comparten con una carcajada. Porque si una cosa define a D. Félix Bordetas es la capacidad de colaborar para descubrir nuevas aptitudes, es un adulto con el espíritu de un chiquillo. El día de la celebración del X Aniversario de la residencia le preguntaron en un vídeo qué era Ballesol para él. A lo que respondió convencido: “mi última felicidad”.
Y así lo vive. Todos los días acompaña a su mujer al gimnasio, se monta en la bicicleta estática y recorre 20 kilómetros. Sube y baja a la habitación. Hace pulseras para los niños con cáncer, ayuda a los demás en lo que necesiten, habla con todos, juega con sus nietos… “y me falta tiempo para hacer todo lo que deseo”, dice encantado después de doce meses en Ballesol.
Su afición generosa y altruista por la talla le llevó a aglutinar cerca de 40 piezas, y alguna curiosidad. Trabajaba en un pequeño taller y todas las figuras las hizo de pie por sus molestias en una rodilla al sentarse. Tardaba un mes por cada figura tallada. Y ahora todas ellas, como el buen vino, están en una pequeña bodega que tiene en Alfajarín, un pueblo a 18 kilómetros de Zaragoza.
Fue albañil de profesión –su otra faceta de artista- y de aquella etapa rescató el destornillador, la sierra, el limatón y una lijadora. Siendo un mozalbete cogió el palustre para no soltarlo. A los 19 años se hizo albañil, más tarde se marchó a Francia para conseguir dinero y comprarse un piso en Zaragoza. Cuando ahorró 32.000 pesetas se volvió. Consiguió el título de maestro albañil para poder ser encargado, y trabajó hasta que las fuerzas y las articulaciones flojearon. Era muy bueno y comprometido pese a sus dolencias físicas. “El trabajar no me hacía dolor a piel” enseña sus manos para explicar que lo importante era sacarse un jornal.. Así fue como D. Félix Bordetas pasó de currante a artista.