Desde el pasado siglo nuestro país, al igual que el resto de países occidentales de nuestro entorno, ha presentado un envejecimiento progresivo de la población debido principalmente a un aumento significativo de la esperanza de vida y a una disminución importante de la natalidad.
Como consecuencia de la mayor longevidad poblacional, hemos asistido a un cambio en los patrones de enfermar, en lo que se conoce como transición epidemiológica. Así, la enfermedad aguda, de curso exógeno y transmisible, se ha reemplazado por la edad-dependiente, de origen endógeno, curso crónico y generalmente no transmisible. En la mayoría de las ocasiones, a medida que un individuo envejece se produce un deterioro progresivo de la adaptabilidad. Dicha pérdida condiciona una mayor susceptibilidad a la agresión externa, al disminuir los mecanismos de respuesta y su eficacia para mantener el medio interno. Esta vulnerabilidad es la base fisiopatológica fundamental de la fragilidad.
El término frágil significa, según el diccionario, algo débil, que puede romperse con facilidad. Para los médicos, es fácil imaginar el significado y manejar pacientes frágiles, aunque desde el punto de vista teórico puede ser difícil su descripción, de tal forma que aún no se dispone de una definición clara de la fragilidad.
A pesar de no ser una consecuencia inevitable del envejecimiento, ya que muchos ancianos no son frágiles, la fragilidad ha sido reconocida como un síndrome geriátrico independiente.
Los síndromes geriátricos son problemas que no se pueden encasillar con facilidad en las enfermedades clásicas, son casi exclusivos de los ancianos, tienen una alta prevalencia entre ellos en los diferentes niveles asistenciales y son fuentes de discapacidad funcional y/o social. La fragilidad representa una pre-discapacidad y reúne las características necesarias para ser considerada como un auténtico síndrome geriátrico.
Puede considerarse un anciano frágil aquél que presenta un aumento de la debilidad ante la presencia de estresores, como consecuencia de la disminución o la alteración de sus reservas fisiológicas., estando implicados criterios socio-demográficos (edad, soporte social…), médicos (pluripatología, hospitalización y/o reingresos, déficits sensoriales…) y funcionales (Actividades Básicas de la Vida Diaria, AVDs y Actividades Instrumentales de la Vida Diaria, AIVDs). En la actualidad coexisten dos tipos de fragilidad: el que solo atiende a los aspectos físicos (pérdida de peso no intencional, debilidad muscular, baja resistencia, lentitud de la marcha y nivel bajo de actividad física) y el tipo que incluye componentes como cognición y estado de ánimo.
El origen de la fragilidad es multifactorial. Dos cambios físicos asociados con el envejecimiento, parecen ser las causas principales de la fragilidad, son, la pérdida de masa muscular (sarcopenia) y la pérdida de masa ósea (osteopenia). Por otra parte, existe una amplia asociación entre fragilidad y enfermedades crónicas como: la ateroesclerosis, insuficiencia cardiaca, diabetes mellitus, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, anemia y depresión. La fragilidad puede ser una manifestación en el curso clínico de estas enfermedades o sus complicaciones y, a su vez, puede ser un factor desencadenante y de mal pronóstico, sobre todo para las enfermedades cardiovasculares.
No todos los individuos frágiles tienen la misma sintomatología. Una característica importante de la fragilidad es la condición de inestabilidad física y/o mental y una reserva fisiológica disminuida, que se va agotando con la acumulación de déficits a nivel de varios sistemas. Según progresa el envejecimiento cada individuo se diferenciará en la capacidad de respuesta de sus sistemas fisiológicos a los cambios.
En resumen, la fragilidad es un concepto multidimensional, cuyas manifestaciones clínicas pueden agruparse según el deterioro de los siguientes dominios: nutrición, actividad física, movilidad, fuerza, energía, cognición y humor.
El anciano frágil tiene un pronóstico adverso, puesto que es una persona vulnerable, con más riesgo de padecer enfermedades agudas, caídas y sus consecuencias (lesiones, fracturas), hospitalización, institucionalización, discapacidad, dependencia y muerte.
Dos factores importantes, relacionados con el estilo de vida están directamente implicados con el desarrollo de la sarcopenia y la fragilidad y son puntos sobre los que se puede actuar de modo preventivo y con tratamiento, y estos son la nutrición y la actividad física. No existe un preparado medicamentoso que pueda prevenir, mejorar o revertir el síndrome.
El papel de la deficiencia nutricional en el desarrollo de la fragilidad es conocido desde hace tiempo. Se sugiere el ingreso adecuado de calorías y proteínas para evitar la malnutrición crónica, a la vez que se suministran micronutrientes con actividad antioxidante (vitaminas A, C, D, E, carotenos, luteína) y elementos como zinc y selenio, la mayoría contenidos en frutas y vegetales, muchas veces deficitarios en cantidades apropiadas en la dieta de las personas mayores. Al mismo tiempo, que se tiene en cuenta el valor de la ingesta proteica para prevenir la sarcopenia, y para prevenir la osteopenia se recomienda la correcta ingesta de alimentos con alto contenido de calcio (leche, vegetales, frutas, sardinas…), vitamina D (leche, pescado, hígado), vitamina K (vegetales, hígado, pescado) y vitamina C (cítricos). Debe restringirse el alcohol, no fumar, y evitar las bebidas con alto contenido de fosfatos y oxalatos (bebidas de gas y cola). Se ha demostrado que el suplemento de vitamina D, mejora el rendimiento muscular, reduce la incidencia de caídas y posiblemente mejora la composición y morfología de las fibras musculares en ancianos con deficiencia de la misma.
Además, la evaluación geriátrica integral, permite la identificación de factores de riesgo para padecer malnutrición, como son el aislamiento social, viudez reciente, depresión, problemas dentales, alcoholismo, polimedicación y pobres recursos económicos.
La actividad física, tiene un gran efecto preventivo en la fragilidad y sus consecuencias, como discapacidad y mortalidad. El entrenamiento progresivo con ejercicios de resistencia ha demostrado ser beneficioso al aumentar la masa muscular y el equilibrio en los ancianos frágiles, aspecto muy importante para la prevención de caídas.
El establecimiento de un plan de cuidados integral, es imprescindible, ya que el anciano frágil es un paciente complejo donde conviven problemas físicos, comorbilidad, riesgos, aspectos psicosociales, económicos, culturales y espirituales, que deben ser conocidos.
Las caídas requieren una evaluación multidisciplinar. Los programas de ejercicios que intervienen sobre el equilibrio, la corrección de los trastornos de la marcha, visión y audición, el uso de ayudas técnicas para la deambulación (bastones, andadores), la revisión de la medicación evitando la polifarmacia y la eliminación de riesgos medioambientales (iluminación, obstáculos…) son elementos importantes en el plan de prevención en los ancianos frágiles.
El dolor es un acompañante frecuente de la fragilidad y la mayor parte de los pacientes reportan que interfiere en la realización de las actividades de la vida diaria. Esto limita su inclusión en programas de ejercicios y puede provocar contracturas y atrofias por desuso, razones de más para no dejar de tratarlo.
También se debe insistir en el tratamiento de las enfermedades y trastornos asociados, como deterioro cognitivo, depresión, diabetes mellitus, ateroesclerosis, cardiopatías, neumopatías crónicas, anemias, problemas vasculares y enfermedad de Parkinson, entre otras.
El apoyo social, puede potenciar la capacidad del paciente para adaptarse y superar la situación, además de fortalecer su autoestima y su autocontrol, reduciendo las tasas de ingresos y reingresos hospitalarios, y favoreciendo su recuperación.
En conclusión, la fragilidad se reconoce como un síndrome geriátrico que resulta de una reducción multisistémica de la capacidad de reserva, confiriendo un alto riesgo para resultados adversos y es potencialmente reversible y remediable.
Una cultura de la sociedad moderna, no enfocada a paliar las consecuencias del paso de los años, sino a promover un envejecimiento saludable, contribuiría a no medicar tanto esta etapa de la vida, que puede ser de disfrute, sin estar pendiente de unos de sus fantasmas, la fragilidad.
INDICADORES DE FRAGILIDAD EN EL ANCIANO
- Pérdida de peso no intencionada
- Debilidad muscular
- Cansancio fácil o baja resistencia a los pequeños esfuerzos
- Lentitud al caminar
FACTORES QUE PREDISPONEN A LA FRAGILIDAD
- Enfermedades crónicas: anemia, hipertensión arterial, enfermedad cardiovascular, enfermedad renal crónica, diabetes mellitus…
- Malnutrición
- Procesos inflamatorios
- Sarcopenia
COMO PREVENIR LA FRAGILIDAD
- Actividad física y ejercicio: ejercicios de resistencia y equilibrio
- Nutrición saludable: dieta rica en proteínas, ácidos grasos omega-3, antioxidantes, calcio y vitamina D.
- Revisión periódica de la medicación, evitando la polifarmacia
- Manejo de cuadros clínicos específicos y enfermedades crónicas
- Procurar evitar reagudizaciones y situaciones estresantes (ingresos hospitalarios)
- Apoyo social
Bibliografía
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