LA EXPERIENCIA DE APRENDER… EN BALLESOL

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Quiso ser Santo al ver la procesión, pero terminó siendo de todo, hasta artista en la actualidad. D. Victor Agudo tiene historias, pesadillas y sueños desde que nació. Y es que muy pronto tuvo que “remangarse la camisa” para ganarse las habichuelas.

Nació en la Maternidad de O´Donnell en plena Guerra Civil y con los aviones pasando por encima. Y siendo un niño fue testigo de la muerte prematura de su padre. La vida del revés tuvo que pensar con sólo once años. A esa edad trabajó en una droguería y más tarde en un taller limpiando cristales. Pero lo que le cambió la vida fue “una máquina de hielo que vi en un bar de la calle Fuencarral”. Aquél mecanismo le fascinó tanto que su madre terminó por hablar con el propietario para pedirle un trabajo para su hijo. Y así fue. Empezó a arreglar neveras y cámaras frigoríficas “con aquellos artefactos de correas trapezoidales y motores eléctricos tan complejos como cautivadores”, desvela ahora ante un grupo de trabajadores de Ballesol Tres Cantos que atiende atónito a un relato sin ambages. “Todo lo que he conseguido ha sido por lógica y sentido común”.

Como inventarse un taller que hiciese de oficina para arreglar y vender aparatos de frío que terminó en una empresa que le aguantó hasta la jubilación. ¿Cómo cambió la vida, amigo? le incita un compañero de la residencia que le conoce muy bien. Tanto que no duda en reconocer “que con ese trabajo conseguí vivir, comer como un señor y tener mis buenas vacaciones”. Y en parte a su mujer, “que se dedicó a lo más importante de este mundo: educar a sus tres hijos”.

Al igual que Leonardo Da Vinci, el genio florentino, D. Victor es también polímata –persona de conocimiento profundos en diversas disciplinas o artes- Por inventor y pintor, y no como únicas coincidencias, porque ambos son considerados autodidactas. Cuando llegó a Ballesol Tres Cantos hace tres años se confesó a Sonia Fernández, la directora del centro. “No puedo estar parado, tengo que aprender cosas nuevas”. Y tantas ha hecho realidad que hasta luce con orgullo el premio que junto a más residentes del centro les otorgó la Comunidad de Madrid por un Belén vertical que realizaron en las pasadas navidades.
La vejez, senectud o envejecimiento es un proceso natural, gradual, universal e irreversible que produce cambios, a nivel psicológico, biológico y social, que no tiene por qué impactar sobre la calidad de vida y la capacidad funcional de las personas mayores. Y así lo entendió D. Victor, que de la manera más natural se dejó llevar por la inquietud, la curiosidad. “Comencé a dibujar sin haber cogido un pincel en mi vida. Ni cuando trabajaba y había que delinear una cámara frigorífica o un mostrador de frío antes de instalarla en el restaurante o en algún mercado”.

Pinta con tanta lógica como intuición, la que le hace mezclar con sentido el arco iris de acuarelas que sobresale de un tablero repleto de lápices, “los de toda la vida, los de la escuela, de punta fina” describe con una carcajada mientras juguetea con uno de ellos entre sus dedos. ¿Se podrá pintar la felicidad? preguntaba cada vez que se acercaba a ver su exposición de más de 60 cuadrados que albergó el centro de Ballesol Tres Cantos.

Su aprendizaje es constante. También ha mejorado la escritura sobre todo en la ortografía, asignatura pendiente que supervisa con los profesionales de la residencia. En esta disciplina se define como articulista sin más aspiraciones que “compartir inquietudes con los residentes y familiares de Ballesol Tres Cantos”, aunque alguno ya le ha sugerido ampliar horizontes y páginas en forma de libro. Una manera de admirarle y recordarle que “mientras usted está aprendiendo, no tiene edad”.

Dª. Juana ha sido autodidacta toda su vida. Nunca se conformó con lo que sabía y por eso dedicó el tiempo que le quedaba entre coser calcetines para sus hermanos y sembrar remolachas para seguir aprendiendo pese a no haber ido jamás a la escuela…hasta que llegó a Ballesol La Victoria en Valladolid con el alma llena de ilusiones. Sin límites, sin obsesiones. Y así, despacito, sin prisas, abrió la puerta del conocimiento: la sala de terapia ocupacional. Dispuesta a estirar las palabras hasta encajarlas en un lenguaje con el que juega hasta crear sentimientos. “Leer me hace pensar y abrir los ojos hacia muchas cosas” transmite con la emoción de una voz que se queda en un resuello más que explicativo. “No pude ir al colegio porque tuve que ayudar a mis padres en los trabajos del campo, ni jugar con los demás niños”. En la lamentación encuentra también el consuelo. Por lo menos sus nueve hermanos, de vez en cuando, acudían por la noche a la escuela después de haber trabajado durante el día ayudando a su padre en las labores de pastor en los alrededores de Piñel de Abajo. Su pueblo, uno de los muchos en España donde soñar no tenía tiempo ni motivo, ”aunque nada era eterno” esboza una ligera sonrisa para recordar a su marido, que un día fue labrador y terminó siendo un ejemplar trabajador en el sector industrial.


De esta relación nacieron dos hijas maravillosas a las que agradece muchas cosas, por ejemplo “que todos los días vengan a verme a Ballesol, ni uno solo han faltado. Es más, son las primeras que me animan a cualquier excursión, y si pueden, se apuntan encantadas”. Y es que, ¿quién le iba a decir a Dª. Juana que iba a seguir aprendiendo cosas en Ballesol La Victoria con 91 años? “Es interesante y ejemplar ver su interés desbordante para seguir formándose sin importarla la edad” se sincera Amelia Hernández, la terapeuta ocupacional que nada escéptica ha ayudado en el rápido progreso en la capacidad de cálculo de Dª. Juana, que insistentemente repite que no le da vergüenza aprender a sumar y restar grandes cuentas como retos tiene pendientes en la escuela Ballesol, como así la llama.

Sueña también con deslizar con destreza el pincel sobre un lienzo de lino y retratar a sus dos hijas como homenaje por todo lo que hacen por ella. “De momento dibujo con pinturas las hojas del otoño, pero en los talleres de Terapia Ocupacional se llega con una ilusión y se sale con un deseo cumplido” alza la voz para que se intuya el próximo reto al que llegará, espera, “con el regalo de unas acuarelas” y sabiendo que “todo esto que estoy aprendiendo me ha hecho más sociable”. En Dª. Juana se cumple el aforismo: “Con los sueños te inspiras, con las metas te guías, con los objetivos te haces”.