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PROFESIONES QUE SOBREVIVEN A LA HISTORIA

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HEMATÓLOGA

Dª PILAR FERNÁNDEZ, HEMATÓLOGA

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Louis, pienso que este es el comienzo de una bella amistad” Con estas palabras terminó Humphrey Bogart la grabación de Casa Blanca. Una frase que pudo también inspirar la vida de nuestra protagonista…por dos veces.

Dª. Pilar Fernández nos espera cosiendo y aguja en mano. Eso sí muy diferente a las que ha visto como hematóloga. Aunque reconoce no poder estar quieta, aguarda a mejor ocasión para darle presencia a una chaqueta a la que le espera un botón. Aprovecha para no dar puntada sin hilo. “No sé de dónde soy”, se presenta, pese a nacer en Madrid, vivir en Granada y trabajar en Casablanca. Siendo una niña vivió en primera persona la guerra civil. Su padre fue comandante republicano. Tuvo que exiliarse a Francia, donde estuvo en un campo de concentración antes de marchar a Marruecos. Ocho años después su familia pudo reencontrase allí.

Dª. Pilar tenía trece años y permaneció allá hasta los diecinueve, momento en el que regresó a Madrid para estudiar en la Facultad de Medicina. “No terminé la carrera porque me casé muy pronto, por eso siempre digo que soy hematóloga y no médico”, por ello cariñosamente rectifica a residentes y profesionales de Ballesol
Granada cuando se dirigen a ella. Cuando volvió a Casablanca, casada y con dos hijos, dirigió el Centro de Transfusión Sanguínea del Hospital Averroes. Fue toda una eminencia durante los seis años que estuvo. “Hasta me ofrecieron otro marido para que me quedase allí, cuando el mío decidió volver a España”, recuerda aún con incredulidad y una carcajada.

Tal era su rango y reconocimiento que hasta Hasán II, que fue Rey de Marruecos entre 1961 y 1999, le adjudicó la custodia de algo tan preciado y personal como su sangre. “El día de la Juventud coincidía con el de su cumpleaños, una circunstancia que se aprovechaba para hacer un desfile en Casablanca. Y un momento delicado por la posibilidad de un atentado. Por eso teníamos que tener preparado un tarro de cristal con sangre exacta a la de él”. Había que tratarla primero y guardarla en una cámara frigorífica, y lo más curioso, relata con detalle Dª. Pilar, es que “exigía que fuese personal europeo el que realizase el proceso y la vigilancia”. Y ahí estuvo siempre ella. La razón de esto es que Hasán II había sufrido varios intentos de asesinato por personas muy allegadas a él. Su desconfianza, añade, “podría venir de la muerte de su padre, Mohamed V y una compleja operación de amígdalas que pudo terminar en una equivocada transfusión de sangre”… nos comenta.

Y es que esta mujer lo tiene muy claro. “La medicina se hace en el laboratorio porque allí se encuentra todo”. Incluso allí estaba su mayor preocupación, que siempre fue “tener suficiente sangre, porque no es cuestión de abrir un grifo y encontrártela, hay que ir a buscarla. Hasta íbamos al ejército a pedirla. Se les sacaba alrededor de 450 centímetros cúbicos a cada donante”. Su pulso firme, su entrega sin límite la llevó a prescindir de muchas cosas, incluso de vacaciones porque no tenía quien la reemplazara, pero reconforta mucho sólo pensar en las vidas que han seguido latiendo a su alrededor gracias a sus sacrificios. “Tampoco es eso, he vivido muy bien y he ganado más que un ministro aquí”. La primera mujer que consiguió el primer premio de Anatomía por la Facultad de Medicina de Madrid en 1954 relata los recuerdos con tanta precisión, como pasa por los tejidos la aguja de la máquina de coser Singer de 1923 que utilizaba su madre y que ahora ocupa un lugar de privilegio en su habitación de Ballesol Granada.Aquí he traído todo lo que he necesitado, tengo numerosas visitas, amigos…”. ¡Y nietos! que no se nos olvide, porque para ellos, también escribe cuentos. Una vida dedicada a los demás.

D. JOSEP LLOPART, LINOTIPISTA

D. Josep LLopart fue linotipista. Podríamos decir que estamos ante la persona que materializa la inteligencia creadora del periodista. También que es un corrector de lo inexacto. Una respuesta cabal a una incorrección ortográfica, o a veces a un despiste. Un “compositor” sobre una linotipia, aquella máquina inventada por Ottmar Mergentthaler en 1886, que mecanizaba el proceso de composición de un texto para ser impreso. Su similitud con una máquina de escribir hacía más sencillo su funcionamiento, muy complejo si no se sabía de ortografía. “¡Qué paradoja, verdad ! Imagínese cómo saldrían los titulares de los periódicos si no corrigiésemos las ausencias y faltas en las letras!”. Este residente de Ballesol Fabra i Puig nos explica qué era lo más difícil de su profesión, y su respuesta no deja de ser curiosa. “En aquellas máquinas de plomo el operador debía de introducir el texto en un teclado para agrupar las matrices, que eran los moldes para las formas de las letras”. De esta forma la línea quedaba fundida en una sola pieza de metal. Lo más difícil de todo el proceso no era tener buena vista “sino paciencia con los periodistas que siempre cometían faltas ortográficas.”

Y eso lo sabía muy bien D. Josep que era corrector de las páginas de prueba del diario. Esos conocimientos no se le han olvidado, es más, “le ayudan a desarrollar con empeño e ilusión” las actividades de psicoestimulación que prepara Fátima Paniagua, la psicóloga de Ballesol Fabra i Puig: talleres de memoria, de actualidad, lenguaje, cálculo y educación emocional. Al revisar los titulares de los periódicos que pasan por sus manos, reconoce: “ahora todo es más sencillo que la lógica y el estudio de mi época, porque hay programas de corrección ortográfica para cualquier texto”, para poner en valor el trabajo artesanal de un oficio que entrañaba más curiosidades. El invento del ordenador acabó con la linotipia. La máquina de componer -robusta como un roble- provista de matrices, de la cual salía la línea formando una sola pieza. ¿Lo sabía usted? pregunta como un inquieto periodista de los que tenía muy cerca cuando trabajó en La Vanguardia, El Noticiero Universal, El Correo catalán, el Diario de Barcelona o el Mundo Deportivo. “Como había falta de personal en muchos de ellos, nos llamaban para trabajar. No eran muchas horas, pero entrabas a las 9 de la noche y salías a las 2 de la madrugada para que a las 4 estuviesen los periódicos a pie de tren para ser distribuidos por toda España ”.

¿Sabía usted que había periódicos de hasta ciento veinte páginas y la mayoría eran de anuncios económicos, de trabajo, ventas de casas? Cada interrogación en su relato aumenta el interés por una profesión de sonidos metálicos, caracteres tipográficos y lingotes de estaño, plomo y antimonio, que le llevó a corregir novelas. Un oficio que D. Josep empezó muy joven, con sólo catorce años y en una empresa particular pero que tuvo que interrumpir por la Guerra Civil. “Con 17 años yo sólo tenía ganas de jugar a la pelota en la calle y no ir a la guerra…” No quiere detallar más, pero aquél episodio le robó parte de su infancia y juventud, hasta “llegué a estar prisionero durante cuatro años…”. Se hace el silencio y la caricia cómplice de una de las profesionales de Ballesol Fabra i Puig le hace recobrar la sonrisa. ¿Sabe usted lo que era realmente complicado en mi trabajo? se carcajea con otra pregunta que se responde al instante: “¡Lo fundamental era saber ortografía para entender la letra de los médicos que escribían!”, pero también era un reto “tener que reducir una novela de 500 páginas a 300 suprimiendo párrafos”.

Las primeras normas que regulaban la escritura las aprendió en una academia, leyendo mucho -se enorgullece de haber leído dos veces el Quijote-, poniendo interés y mucha vista. “La que he ido perdiendo hasta el día que me jubilé con 64 años” apostilla quien vivió más de noche que de día aunque con tiempo para todo, “hasta para bailar”. Ahora con 98 años reside desde hace cuatro meses en Ballesol Fabra i Puig con su mujer. Por cierto, ¿por favor, díganos un libro que recomiende por su calidad de lectura y ortografía? “La montaña mágica” de Thomas Mann.

 

D. JOSÉ RODRíGUEZ, PELETERO

Como una de tantas, la historia de D. José Rodríguez empezó a escribirse a la carrera. Comenzada la Guerra Civil su familia tuvo que dejar San Sebastián y marchar a Francia. Era un niño de diez años con un descarado interés por aprender, atraído por la curiosidad del funcionamiento y elaboración de la cosas. Esa inquietud le llevó a estudiar en Lyon hasta que terminó con la guerra. De vuelta a casa se hizo aprendiz para ser luego maestro en el oficio de peletero. Dicho así resultaría presuntuoso, pero fue la realidad. Aquel principiante era disciplinado y responsable en una de las peleterías más reconocidas de San Sebastián. “Tenía personalidad, técnica, curiosidad…”. El proceso de “seleccionar y conocer la morfología de los animales para poder aplicar las técnicas más adecuadas a la hora de trabajar, como el hecho de acudir a las subastas para elegir las partidas y lotes de pieles” ocupó primero su curiosidad, y más tarde se convirtió en su profesión. Para conseguirlo se trasladó a Zaragoza con su familia.

Allí conoció a Dª. Pilar Benito, que trabajaba de modista en un taller de alta costura que vestía a lo más granado de la sociedad aragonesa de los años 40 y 50, una clientela muy escogida. En 1963 crean su propio negocio, la “peletería Rodríguez”, que cincuenta y cinco años después siguen manteniendo. Su hija, María José Rodríguez, que aprendió el oficio de peletera desde muy pequeña. También trabaja en ella su nieta, Julia Mancho, de la que habla maravillas su madre: “tiene estudios y titulaciones relacionadas con el mundo de la piel, cursos de clasificación de visones y zorros en Dinamarca, sin olvidar sus viajes a los países nórdicos, Londres, o Nueva York… también la beca que le dio la Diputación General de Aragón y la organización de Empresarios de peletería para profundizar en el campo del diseño para profesionales”.

Pero, D. José, ¿cómo han cambiado la vida y las mentalidades, verdad? preguntan Sol Torres y Cristina Benedé, psicóloga y terapeuta ocupacional, respectivamente, de Ballesol Puerta del Carmen, que atienden con admiración cómo se fue imponiendo una moda absolutamente dominada por las circunstancias. “En esa época sí era un oficio reconocido y muy selectivo. Tener un abrigo de piel era un signo de poder económico, un estatus por encima de la media que se utilizaba para ocasiones especiales”, y no le falta razón. La piel era una expresión añadida a la personalidad, al vestuario y la elegancia.

Requería de una técnica artesanal que incluía por ejemplo, el uso de la cuchilla. “Jamás se utilizan tijeras –podrían cortar el pelo, avisa- y un buen peletero maneja rápidamente y con seguridad el revés de las pieles para cortarlas y adaptarlas al patrón del modelo elegido”. Mientras habla sentado en el salón de la residencia de Ballesol Puerta del Carmen, acaricia un abrigo de piel con el mismo tacto que sus palabras: “Los curtidos sí que han cambiado porque antiguamente los cueros estaban más rígidos y ahora han evolucionado hasta el punto de dejarlos muy sedosos y dulces, no pesan nada y casi se asemejan a una prenda textil”. En la actualidad son las máquinas las que regulan los cortes para alcanzar la simetría correcta, pero él siempre lo hizo a mano con cortes perfectos y precisos para hacer de la pieza un complemento elegante y funcional. En la peletería Rodríguez siempre habrá artesanos y artistas indistintamente de la generación a la que se pertenezca. Queda por tanto salvaguardado el espíritu y la pasión por las pieles, “sus tonos, la textura o altura del pelo”, indispensables para crear “una pieza artesana única, exclusiva”.Por último nos da un consejo sobre la conservación de las prendas de piel: “hay que guardarlas con un paño muy flojito por encima para que no coja polvo, pero no hace falta cubrirlo, taparlo o encerrarlo, porque el clima está cambiando y con estos veranos tan calurosos que está haciendo hay riesgo de polilla”. Palabra de un peletero, el mejor, D. José Rodríguez.

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