viernes, abril 19, 2024
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PROFESIONES QUE SOBREVIVEN A LA HISTORIA

Residentes de Ballesol reconocidos por sus oficios

D. LUIS LÓPEZ, Escaparatista

A D. Luis López poco le duró la infancia. Con 14 años se puso a trabajar. Lo recuerda con algo de resignación pero con orgullo. Tal vez porque ahora sabe que fue el principio del éxito. “Empecé de aprendiz en una camisería”, un detalle que muchos desconocían en Ballesol Almogávares, donde por cierto, vive en un apartamento de película –y no sólo por los más de 200 títulos cinematográficos, la mayoría de ópera, zarzuela y ballet, que colecciona- sino porque la calidez de los cuadros conviven en armonía con otra recopilación de diez trofeos, condecoraciones, menciones honoríficas como escaparatista, “lo que suele llamarse un currante de toda la vida”, dice apoyado en un precioso maniquí del que cuelga una cuidada camisa a rayas.

En el oficio de emocionar a través de un escaparate, bien artístico o para vender género, Luis era sobresaliente. De verlo vacío hacía una composición, un sueño para el cliente, sin olvidar la perspectiva, el ancho y el fondo. ¿Cómo podemos emocionar al consumidor con un maniquí? le preguntaba habitualmente el cliente, que también se dejaba seducir por las tres reglas que Luis aportaba para vestirlo: “tradición, elegancia y calidad”. Todo tenía que tener sentido. Y su momento. Como el de vender hasta 200 camisas en una semana. ”Ahora hay escaparates preciosos en el Paseo de Gracia pero son diferentes. Actualmente se lleva el movimiento y la música para mostrar una identidad, antes la relación con el cliente marcaba la diferencia”. También el conocimiento. “Una camisa buena tiene que tener el pespunte que sea muy seguido y no más largo que otro. Ojales a mano como las iniciales, no remangar las mangas, si va con puño doble utilizar gemelos… y por favor, siempre por dentro del pantalón menos en verano”.

Vestir era el mejor sinónimo de elegancia, aconseja mostrando sus manos de dedos finos y cuidados pese al desgaste de sus cartílagos. Escaparatista, vendedor, recortador de camisas…cincuenta y cinco años de trabajo y honestidad en un oficio que se resiente. Hace apenas tres años, la sastrería donde él trabajó tanto tiempo, Deulofeu, fundada en 1918, cerró sus puertas. Y con él su eslogan: “Precio justo sin descuento”, recuerda D. Luis que hasta tuvo a Salvador Dalí como cliente, sobre todo para comprar sus famosos pañuelos.

¿Se imaginan lo elegante que tendría que ir el Sr.López a los bailes? desliza con curiosidad y gracia una de las residentes de Ballesol Almogavares que sabe muy bien la afición que tiene D. Luis por el baile, donde por cierto conoció a su mujer con tan solo 26 años.

D. Luis se quedó muy pronto viudo y con dos hijas ya avisó de sus intenciones. “No quiero ir a vuestra casa porque deseo ir a la residencia para que podáis disfrutar vuestras vidas y viajéis tanto como lo hice yo”. La reflexión era sencilla y lógica. Se acercó un día con un amigo a ver los apartamentos de Ballesol Almogavares y dijo “volveré pero no sé cuando, muchas gracias”. Lo hizo al poco tiempo. Y ahora está encantado. “Salgo a comer todas las semanas con un amigo, hago manualidades, cantamos, no me pierdo una fiesta y cuando puedo me disfrazo de tigre, papá noel…” para animar las tardes de celebraciones y cumpleaños en la residencia. Todo un artista de los pies a la cabeza.

Dª SOLEDAD MIRÓ ENRÍQUEZ, Joyera

Aquel que tuviese un capricho, el deseo de regalar, agradecer o comprometerse a algo más, debía de pasar por MIRAS, mucho más que una joyería situada en una de las mejores zonas de Barcelona.

Ella siempre ha tenido la sensibilidad artística que se atribuye a los joyeros, la capacidad de tener los ojos bien abiertos para admirar lo que se tenía entre manos y enfrente, el cliente. La dedicación para escuchar, comprender y después asesorar. ¡Claro que Dª. Soledad Miró Enríquez tenía conocimientos de física, química y gemología!. Y también del manejo del yunque de joyero o del fino trabajo en la hilera para adelgazar hilo de oro. Y eso que no empezó siendo orfebre o platero… sino dependienta en una mercería “enseñando a hacer medias y venderlas”. Los joyeros eran sus padres, y también su futuro marido. ¡Menuda joya has conocido! tuvieron que pensar en ambas familias. La guerra civil obligó a la familia de Dª. Soledad a trasladarse de Ibiza a Barcelona. “Y en una tarde de verano, en una verbena con baile”, se adelanta a relatar con detalle nuestra protagonista, “surgió el amor”, de juventud, de quinceañeros, pero para toda la vida. Julio ya trabajaba con su padre en una joyería y no tardó mucho en hablarle de las virtudes de Soledad. “No me extraña, si es que sabe de todo esta mujer, es muy lista y vale mucho” le echa un capote su mejor amiga en Ballesol Almogávares, Dª. Victoria Villén con la que le une una amistad maravillosa y envidiable.

Con toda una vida dedicada a la joyería sabe diferenciar con la mirada dónde está lo verdadero de lo espurio, “el oro parece, plata no es”, se ríe con aquella adivinanza que dice mucho más de lo que imaginamos. “He sido sincera y honesta con el cliente hasta el día de hoy que tengo 93 años y más de 50 trabajando en la joyería”. No engaña, nunca lo hizo. Tan segura lo dice como la autenticidad de la piedra de toque -dura y negra e inatacable por los ácidos- que utilizaba para conocer la pureza del material de la pieza. Por ejemplo una alhaja de oro. “Había que rascar hasta dejar una huella para verter una gota de ácido. Si era oro no había alteración, de lo contrario si…”.

Nos cuenta con una memoria envidiable que “el oro debe de ser de 18 quilates porque el de 20 es para trabajar y hacer las joyas”. Pero lo que a Dª Soledad le gustaba era despachar. Recibir al representante, elegir la joya, reconocer la tendencia, ponerla de moda y lucir a los clientes, “porque te diré una cosa” comienza a confesar con suspense delante de los demás residentes de Ballesol Almogávares a los que les enseña una cadena de cuello, sencilla, cómoda y con más valor sentimental que económico.“No llevo joyas, y eso que me han regalado muchos brillantes… que terminé vendiendo”.

La colección de alta joyería que elegía de un extenso muestrario del representante, lucía por las principales calles de Barcelona: el paseo de Gracia, la Gran Vía o Las Ramblas. Era la eclosión de las grandes fortunas, la aristocracia, el buen gusto, aunque a veces caro. A Dª. Soledad ahora le queda el recuerdo, la anécdota y ningún disgusto.“Eso es verdad” lamenta cuando alguna vez le robaron en la joyería. Sus vitrinas eran diferentes al resto de los grandes joyeros, tal vez por su apuesta por las “creaciones originales y atrevidas con piezas de cristal de roca, marfil, brillantes finos…”.

Con el paso del tiempo todo les costaba más trabajo. Su marido -con más de ochenta años- decidió retirarse y vender la joyería. Ella no se lo pensó. No quería que le faltase nada, deseaba vivir bien y eligió Ballesol Almogávares. “Es que también es una joyería porque el valor está aquí dentro”, piropea al tiempo que agradece el consejo que un día le dio su doctora recomendándole esta residencia. “Llevo algo más de un año y me he adaptado de maravilla”. Y es que como dice ella, “no cambio Ballesol Almogávares ni por la mejor joya del mundo”.

D. JOSÉ MIGUEL MACHICADO, Agricultor

Con la misma fuerza con la que sujeta la pala, alza con rotundidad su voz grave. “El campo es muy sacrificado”. Y lo deja ahí, pero con una sentencia. “No había horarios porque era una industria sin techo, sin tractor y cosechadora” y enseña sus manos para que entendamos las herramientas de aquella época.

Unos segundos de reflexión y vuelta atrás en el tiempo, con un olivo de la residencia Ballesol Sevilla como testigo. No olvida el olor de la hierba recién cortada, de las flores blancas del naranjo, la tierra húmeda después de un chaparrón. Las historias de D. José Miguel Machicado tienen muchas piedras en el camino, y no metafóricamente hablando. Hijo y nieto de agricultores. Su amor por el campo no fue a primera vista. Con 11 años quiso ser marino de guerra, pero su madre, con sabiduría y buen ojo le dijo “a ti lo que te gusta es el uniforme para que te vean las niñas con el gorrito”. Su padre sólo le pidió que no se fuese a estudiar muy lejos porque temía perderle para siempre. Y le hizo caso. Se sacó la carrera de perito agrícola. Y después empezó a aconsejar a su padre en “sistemas de abonado, tratamiento de plagas, el conocimiento de las variedades de cereales o maíz…aunque él tenía 60 años de experiencia”.

Remangarse la camisa, agachar los riñones para segar con la hoz o el hocino, arar con la azada granadina para mover la tierra o hacer regueras o trillar, costaba más, sobre todo “con ese calor traicionero del verano andaluz, lo más duro de este oficio”, dice convencido a Blanca Muzquiz, la psicóloga de Ballesol Sevilla. Eso sí, nadie le quitaba jornadas de catorce horas. Habla de peonada y media porque se empezaba a las seis de la mañana, se descansaba para comer y se continuaba trabajando para ganar algo más, aunque “nadie se convirtió en rico siendo trabajador del campo”, despeja cualquier duda. Tampoco él, pese a un espíritu aventurero y emprendedor que le llevó al “disparate” de crear una fábrica familiar para la exportación de fruta. Por aquél entonces viajaba mucho. En una de esas noches conduciendo camino de Valencia le falló la visión, pero no la sensatez.

Llegando a Córdoba dio vuelta atrás y regresó a casa del susto, del miedo, de la pesadilla. Y de ahí al oftalmólogo: “José Miguel, tienes una degeneración macular seca”. Con menos de sesenta años se tuvo que jubilar, pero no dejó de lado el trabajo con los naranjos que tenía en Brenes, un pueblo cercano a Sevilla. Para un perito agrícola, ingeniero y agricultor el campo lo fue todo. “Lo que hay que tener es vocación y constancia”, conversa con otro residente, que entusiasmado con el relato pregunta por el legado familiar.

Mi padre como agricultor tenía fama de producir las mejores patatas de Andalucía”. Todos los años – recuerda muy bien- se hacían dos cosechas. ¡Cómo han cambiado los tiempos, compañeros! interrumpe con educación un residente de Ballesol Sevilla que coincide con nuestro protagonista en que “la Industria de ahora es de laboratorio, mucho más suave porque cada vez hay menos trabajo en el campo”. Y lo que hay se hace sobre un tractor, cosechadora o sembradora… hasta aviones para fumigar. “Si usted lo hubiese tenido…” insinúa la psicóloga. “¡Pues tal vez hubiese sido rico y sin utilizar un dron de los de ahora” responde con una carcajada D. José Miguel, que por cierto, habla maravillas de una sembradora electrónica que le llegó de Holanda con la que sembró las mejores remolachas de la región.

Aquella expectación que generaba en la ciudadanía guarda ciertas coincidencias con el revuelo que se manifiesta en la residencia cuando cuenta sus historias. Testigos son sus cinco hijos y nueve nietos. Y encantados los residentes del centro, que hablan de él como “una persona feliz, orgulloso de su vida, humilde”. D. José Miguel concluye: “La amistad se abona en Ballesol y crece para toda la vida”, se despide debajo del olivo, sin soltar la pala.

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Redacción Revista Ballesol
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Equipo de redacción de la Revista Ballesol
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