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EL TALENTO DE LA SENECTUD

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La senectud va a durar cada vez más tiempo y hay que aprender a vivirlA

He dedicado toda mi vida profesional a estudiar el talento. ¿Qué entiendo por talento? El buen uso de la inteligencia, lo que significa elegir bien las metas, manejar la información necesaria, gestionar las emociones, y perseverar lo necesario para conseguirlas. Una persona muy inteligente puede hacer muchas estupideces, por lo que podemos decir que no tiene talento alguno.

A lo largo de mis investigaciones he visto que cada edad tiene un modo distinto de talento, de acuerdo con sus posibilidades y situación. Hay un talento infantil, un talento adolescente, un talento adulto. Me ha interesado conocerlos y elaborar una pedagogía para cada una de esas etapas. Pero ahora comprendo que había olvidado una etapa esencial: la senectud. Utilizo esta palabra, poco usada, porque no remite a lo gastado, como hace la palabra “viejo”, o a lo anticuado, como hace “anciano”, sino a lo que tiene más autoridad o experiencia, como sucede en la palabra “senado” o en el inglés “senior”, que es un comparativo de superioridad.

Mi cambio se debe a que acabo de cumplir ochenta años, y después de haberme dedicado a la educación de la infancia, de la adolescencia, o de la madurez, ahora creo que ha llegado el momento de trabajar en una “pedagogía de la senectud”. Esta expresión es contradictoria, porque “pedagogía” deriva de “paidos”, que significa “niño”. Por lo tanto, tengo que inventar otra palabra: “senegogia”: el desarrollo del talento de la senectud.

Hay varias razones para defender esta nueva ciencia. En primer lugar, que la senectud va a durar cada vez más tiempo y hay que aprender a vivirla. En segundo lugar, que en un mundo que avanza aceleradamente, en que todo deja de ser vigente en días, conviene reivindicar la experiencia pasada. No para intentar limitar la novedad, sino para intentar comprender la novedad. Los senior son los que mantienen el recuerdo cultural frente a una sociedad que puede padecer un tipo peculiar de alzheimer: el alzheimer social.

No recuerdo mi historia, y no sé donde estoy.
¿Cuáles podrían ser los temas centrales de esta innovadora “senegogia”? Los mismos que en cualquier otro tipo de pedagogía. Cuáles son las posibilidades de una persona y como desarrollarlas. En la senectud es imprescindible insistir en este aspecto, porque la presión social es muy fuerte –y muy anticuada- e insiste en que los senior están todos imposibilitados de alguna manera: física, intelectual o profesionalmente. Lo malo es que cada uno de nosotros tenemos un “yo personal” (lo que somos) y un “yo social” (lo que los demás piensan que somos), y con frecuencia este se impone a aquel. Hay un discurso del déficit cuando se habla de la senectud, que corrobora un efecto que conocen muy bien los psicólogos: las profecías que se cumplen por el hecho de enunciarlas. Si repetimos con la suficiente insistencia que los adolescentes son incontrolados, que el triunfo adulto está en ganar dinero, o que la tercera edad es una etapa de desguace, los adolescentes acabarán por ser incontrolados, los adultos avariciosos y los ancianos inútiles.

Mi propósito es luchar contra esta dictadura ideológica. La senectud es una etapa muy amplia, muy variada, en la que no conviene dar nada por hecho. Si pudiera implantar un “sistema educativo para la senectud” lo primero que preguntaría a los alumnos sería: ¿Qué sabes hacer muy bien? ¿Cuáles son tus recursos intelectuales, emocionales, sociales? Vamos a jugar con ellos. Les repetiría la historia que he contado durante años a mis alumnos infantiles. La vida es como el juego de naipes. En ambos casos se nos reparten cartas que no podemos elegir: la salud, la situación, la familia, la economía. Hay cartas buenas y malas y, sin duda, es mejor tener cartas buenas. Pero la pregunta importante es : ¿Gana siempre el que tiene las mejores cartas? No. Gana quien sabe jugar mejor con las que tiene. Este sería el lema central de la “senegogía”. Desconozco las cartas que en este momento tiene en su mano, pero ¿cómo podría jugarlas bien?

A veces nos limitamos con ataduras inexistentes. Cuenta una historia antigua que una caravana de diez camellos andaba por el desierto. Ante la proximidad de una tormenta de arena, el jefe ordenó a su criado que atase a los camellos. “Solo tengo cuerda para nueve”, dice el criado. “¿Qué hago con el décimo?”. “Haz como que le atas”, respondió el jefe. Así lo hizo. A la mañana siguiente, el criado vino muy agitado: “Señor, el camello que no até no quiere levantarse”. “¿Lo has desatado?” “No, señor, porque no lo até realmente, solo fingí que lo hacía”. “Pues ve, y finge que lo desatas”. Así lo hizo el criado, y el camello, liberado de esas irreales ataduras, se levantó y corrió hacia sus compañeros. En muchas ocasiones estamos atados por ligaduras que sólo están en nuestra imaginación. Es bueno saberlo.

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