Josema Yuste

0
2317

Hay tantísimas cosas sobre las que hacer humor, que recurrir a cuestiones religiosas o defectos físicos, me parece un fraude…

Todos lo llaman Josema. Pocos saben que ese “Ma” es de Mariano, no de María….
«Sí, hasta a mí se me olvida, porque en todos los papeles aparece el María. Pero es así, de mi abuelo Mariano».

Pocos saben también que la historia de Josema empieza de muy niño, en el colegio, con las “Bamas negras” haciendo la representación teatral de fin de curso. Vestido de astronauta…
«El traje me lo había hecho mi madre. Con escafandra y todo, que se empañaba y no me dejaba ver nada. Sentí por primera vez ese gusanillo en la tripa, esa emoción que produce el escenario. Y fue cuando me dije que quería ser actor… Desde entonces yo me apuntaba a todo lo que fuera teatro. Por eso creo que soy un actor vocacional

Y lo dice casi deletreando, remarcando las sílabas para que no haya duda: vo-ca-cio-nal .

Con nueve años muere su madre y él, el menor de cinco hermanos, se ve extraordinariamente arropado por su padre. Le dedicaba los fines de semana, con una pasión educativa fuera de serie.

«Tenía las rutas muy estudiadas y me proponía el itinerario y lo que íbamos a ver. Los sábados por la mañana, museo. Íbamos cada día a un museo; puedo decir que me recorrí todos los de Madrid con detenimiento. Y por la tarde, la gozada del cine. Sesión doble, a ser posible. Y fíjate qué curioso: hasta dos horas después, yo seguía imitando al protagonista de la película, sus gestos, su forma de hablar, sus movimientos… Intentaba imitar el tono, las caras… No había duda: yo quería ser actor. Mi padre no lo veía muy bien, esa es la verdad. Los padres quieren una carrera universitaria, una dedicación distinta y les parece que eso de ser actor a esas edades es una aventura más que una profesión».

Pero gana la vocación. Se matricula en la Escuela de Arte Dramático, que estaba en el Teatro Real y donde, por ejemplo, tuvo como profesor a Manuel Dicenta .

«Pero mientras tanto, me presento a todos los castings que puedo. Allí donde se solicita un figurante, un extra o un comparsa, allí estoy yo. Por eso empecé muy pronto a trabajar. Mi primera aparición en público fue en Godspell; estaba en una esquina haciendo de apóstol; después fue el musical Hair; más tarde Un Hombre solo…».

Martes y Trece

Tu idea era la de ser actor dramático, y el humor por entonces te era totalmente ajeno.

«¡Claro! Un día estábamos representando Contacto peculiar, de Mike Scott que dirigió Marsillach y que estrenó la compañía de Rocío Dúrcal en el Reina Victoria. Y era, como decía Marsillach un montaje que pretendía ser un pequeño homenaje a Laurel y Hardy y, en general, a la técnica del cine cómico mudo. Hablamos de 1977. Al terminar se me acercó un compañero, que estudiaba también arte dramático, y me dijo: he visto tu representación y quería proponerte algo: ¿Por qué no formamos un dúo cómico? La idea no me pareció mal».

Aquel compañero era Millán Salcedo. Poco después trajo a otro amigo: Fernando Conde. Y de ahí surgió un grupo de tres actores: Conde, Millán y Josema, grupo que se llamó Martes y Trece.

«Quiero decir con esto que la idea inicial fue de Millán. Y una idea que estuvo en pie nada menos que ¡17 años!».

Y que sigue estando en la memoria de la gente.

«Sin duda. Fíjate que llevamos ya mucho más tiempo separados del que estuvimos juntos… Fernando se marchó a los 5 años porque quiso hacer teatro clásico, pero Millán y yo seguimos hasta los últimos noventa…».

Supongo que estarás harto de que te pregunten por qué os separasteis…

«Es lógico. Y la respuesta es muy sencilla: estábamos ya muy cansados por la exigencia; querer hacer cada día una cosa nueva y que supere a la anterior te desgasta muchísimo. No sé, la sensación de que habíamos tocado techo nos producía un estrés tremendo. Y además, también hay que decirlo, cuando dos dirigen, cuando dos mandan, es muy difícil mantener el equilibrio. Hay roces, como en toda relación; pero deshacer Martes y Trece, no fue traumático. Nosotros seguimos siendo muy buenos amigos».

A partir de ese momento, toman caminos distintos. Millán hacia el lado cómico, mientras que Josema se vuelca en su faceta de actor…

«Y con un agradecimiento inmenso a la etapa de Martes y Trece. Creo, sinceramente, que el grupo forma parte de la historia cómica del país.

Y de la Historia, en sí misma.

«Es muy posible. Yo le estoy muy agradecido, ya digo, porque es un poco -quiera o no, que sí quiero- mi tarjeta de visita. Cómo te diría: que llamas por teléfono a quien sea y la gente se te pone…».

“Fantástico”

Martes y Trece era un trío cómico que al principio actuaba en cafés. Pero alguien le dijo a José María Iñigo que podrían dar muy buen resultado en su programa “Fantástico”. Fueron contratados para tres o cuatro programas y Conde, Millán y Josema dejaron de ser los anónimos cómicos de bar, para ser admirados por toda España.

«Fue impresionante. Te confieso que estaba nerviosísimo en aquella primera actuación en televisión. Fue un boom. A partir de ahí, todo fue distinto».

De humorista a actor

Una vez que Martes y Trece desaparece, el recuerdo es tan potente que debe ser difícil que el público te tome en serio como actor dramático

«Sin duda puede ser un problema. Pero tuve mucha suerte, porque enseguida me llamó el productor de “Todos los hombres sois iguales”, una serie de televisión. La trama se basa en las andanzas de tres amigos que han visto romper su matrimonio por distintas circunstancias y comparten piso. Para atender a las labores del hogar contratan a Yoli, que interpretaba Ana Otero y a la que los tres quieren conquistar. Manolo era Tito Valverde, Juan Luis era Luís Fernando Alvés, y Joaquín era yo… Fueron dos años en antena y consiguió muchos premios. Entre ellos, el de la audiencia. Para mí fue el reconocimiento como actor. Y reforzó mi idea de que soy y era actor antes de Martes y Trece».

A partir de ahí Josema da un giro a su vida. Se compromete con el teatro. Sigue aquella máxima de Enrique Fayos que un buen día le dijo: “si eres fiel al teatro, el teatro te será fiel”. Y así fue. Josema Yuste funda su propia compañía y sin duda tiene ya su hueco dentro del teatro cómico español.

«Sin complejos: teatro cómico, con mucho orgullo de llevar la comedia de carcajada a todos los públicos. Yo quiero que la gente lo pase bien, que la gente se ría, que se libere».

En el escenari

¿Qué se ve desde un escenario, Josema? ¿Distingues caras?

«Es curioso: no miro a nadie en concreto, miro al público. Tengo una especie de conexión con la gente que está en las butacas. Es como una mirada global; no veo, lo siento. Se nota si se establece esa comunión. Por eso en nuestras representaciones no puede haber rutina. Cada función es un partido distinto que hay que ganar cada día».

Sí, pero qué siente un actor cómico, como tú, en esos momentos desde que empieza la función hasta que se oye la primera carcajada… ¿Hay miedo?

«No. Miedo, no. Eres un profesional y conoces bien los resortes. A veces tienes que poner más energía, otras insistir en algunos aspectos. Pero, sobre todo, pensar que cada representación es nueva, alejarse de la rutina. En Taxi, la obra que tenemos en cartel, hay un baile con una parrafada en griego y cada día sale diferente. Esa improvisación es fruto de muchos ensayos. Como se dice en el deporte: cuanto más te entrenas, más suerte tienes. Aquí es lo mismo: cuanto más ensayas, mejor sale».

No, no hay miedo. Sabes lo que va a pasar. En los primeros minutos de la obra se plantean los escenarios, se conoce a los personajes y, a partir de los cinco primeros minutos, surgen las carcajadas que, como dicen las críticas, ya no pararán hasta que se baja el telón».

¿Cómo se sabe lo que el público quiere?

«Así, en general, es difícil responder a esa pregunta. Sin duda, cuando el público viene a verte, espera de ti lo que tú le puedes dar. Y esa ya es una pista importante. No puede esperar de mí que les cante la Traviatta, sino una comedia que le haga reír, que tenga su punto surrealista que roce el absurdo. Es decir, comedia de carcajada».

Humor

Y a ti, ¿qué te hace reír?

«Soy sencillo en ese sentido. No me hace gracia el humor grueso. Soy muy partidario del auténtico humor blanco, el de El Gordo y el Flaco, el de Charlot, el de Tip y Coll. El cuentachistes de bar no me gusta nada: de hecho, yo no cuento chistes».

Y tienes respeto absoluto por los temas religiosos y por los defectos personales…

«Por supuesto. En cuestiones religiosas no se deben herir sensibilidades; y en defectos físicos o psíquicos, lo mismo. Hay tantísimas cosas sobre las que se puede hacer humor, que herir sentimientos tan profundos de forma gratuita me parece un fraude. Hay cientos de temas para hacer humor sin ataques personales».

¿Y qué es el humor para ti?

«Una forma de vida, como el rock para el rockero. Te diría que así como el deporte lo considero imprescindible como “alimento” corporal, el humor lo considero el alimento espiritual. No sabría vivir sin humor y sin deporte…»

¿De qué eres campeón

«Campeón, no. Pero juego al golf todos los días que el tiempo lo permite. Me refiero al tiempo climatológico, que el otro me lo busco yo. Eso sí, sin pasarme: nueve hoyos, Y nada más. El golf me relaja el cuerpo y el humor me relaja el alma»

¿Cuánto trabajo hay detrás de cada “gag”? Porque la gente se puede pensar que una actuación es poco menos que una improvisación de dos amigos en un escenario…

«Cuando vas a hacer algo ante un público debes estar muy preparado. Hay muchísimo trabajo detrás de cada actuación y lo ideal es que ese trabajo no se note, que todo fluya como si fuera la primera vez. Pero hay mucho, mucho trabajo y el talento de muchas personas. En Taxi, que es la obra que llevamos ahora y que volverá el año que viene, hemos trabajado para ponerla en pie más de ocho meses. Traducirla, adaptarla, y actualizarla… Porque el tiempo pasa y la actualidad a la que a veces hace referencia la obra, cambia. Hay que evitar que alguna escena quede obsoleta… Y eso reclama, además de mucha atención, mucho trabajo».

Cuéntanos qué es Taxi, y trata de convencernos de que vayamos a verla.

«Taxi es una comedia genial de Ray Cooney, de éxito en todo el mundo. Perderse Taxi es un grave error. Apuesto lo que quieras a que es la comedia en la que más te ríes de todas cuantas hayas visto. Solo por eso ya puedes encontrar un motivo importante. Todo en ella transcurre con suavidad. Bueno, no te digo más que la comedia en sí tiene una duración medida de una hora y veinte minutos. Y con las risas (sin contar los aplausos del final, claro), dura una hora y treinta y cinco minutos… Es decir, quince minutos te los pasas riendo. ¡Y eso rejuvenece el espíritu!».

La rutina

Lo deja caer, pero no como si le pesara. El teatro te hace ser muy rutinario, dice. Sabes que mientras estés en el teatro no puedes viajar, que los sábados no puedes salir, que tienes una serie de obligaciones. Es decir, como todo trabajo a hora fija, te impone una determinada rutina.

«Sí, por costumbre me levanto pronto. Me hago el desayuno, porque quiero hacérmelo yo, procurando cuidarme con la alimentación. Y luego voy a jugar al golf. A la vuelta, aprovecho para hacer alguna gestión o recado pendiente. Como y procuro dormir una pequeña siesta».

¿Como las de Cela, “de pijama, padrenuestro y orinal”?

«No, no. Con cambio de ropa, tumbadito, pero sin más. Un ratito. Media hora o así, no más. Luego me pongo al ordenador, veo el correo, y cosas que me interesan y ya me preparo para ir al teatro. Como algo porque siempre tengo que comer algo antes de ir a la función. Llego temprano, hacia las 6, porque me gusta estar con los compañeros. Es un tiempo que sirve para hacer equipo, para compartir no solo la profesión, sino también un poco de la vida… Hacemos la función y me voy para casa… No, no salgo prácticamente nunca».

¿No te tienta escribir tu propia comedia? Es lo que te falta, porque produces, diriges, interpretas…

«Mira, la vida te enseña mucho. Y por suerte, yo creo que he llegado a saber lo que puedo hacer y lo que no. Yo puedo —y de hecho es lo que hago— escribir un gag, un sketch, que son un par de folios, una chispa graciosa. Pero crear una historia coherente, de una hora y media de desarrollo, eso es muy difícil. No me atrevería. Una cosa es un gag que adorna una historia, y otra muy distinta la historia que soporta todo lo demás».

Sueña un poco: ¿a dónde querrías llegar?

«Me conformo con ser un actor cómico que tiene una obra en cartel. Soy poco ambicioso, la verdad. Creo que he conseguido estar ahí… Quizá me gustaría hacer algo de cine pero creo que el teatro es lo mío. Ese es el sueño: actor cómico que espera tener el éxito en la línea que tuvo Pedro Osinaga o tiene Arturo Fernández…».

Los años

¿Y cómo ves el paso de los años?

«Lo veo y lo siento con naturalidad y aceptación. Es algo natural y por tanto lo acepto con tranquilidad. Eso sí, trato de que pasen lo mejor posible, procuro hacer vida sana, disfrutar un poco de la vida, estar en paz conmigo y con los míos. Lo definiría con una sola palabra: normalidad».

Estamos llegando al final, José Mariano Yuste García de los Rios… ¿Qué te preocupa?

«¡Hombre!, creo que lo que a todo ser humano. Soy consumidor de política y me preocupa la situación actual. Me preocupa el estado de bienestar de la gente. Cuando ves esas cifras de ciudadanos que no pueden pagar el recibo de la luz y por eso no pueden encender la calefacción, es cuando sientes esa irritación interna… Las desigualdades tan manifiestas me duelen».

Y la televisión, ¿te preocupa? ¿Cómo la ves? ¿Mejor o peor que antes?

«En general, peor. Las series son mejores, se hacen con más calidad, con más medios. No digo que hay mejores actores, porque los hemos tenido buenísimos. Pero me repugnan los programas de cotilleo. Me da pena la gente que vive de contar y de vender su vida…».

¿Te preocupa la muerte o eres de los que piensan que cuando llegue ella tú no estás y si tú estás no está ella?

«Pienso muy poco en ello. Me gustaría vivir 150 años, claro y que me pillara como querríamos todos, ya mayor, útil, durmiendo… Y que mis cenizas las echaran en Menorca, que es donde veraneo. Pero lo dicho: pienso muy poco en la muerte… ¿Para qué?».