LAURA VALENZUELA

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Cuaadro de Honor Laura Valenzuela
Cuaadro de Honor Laura Valenzuela

ESPLÉNDIDOS 80 AÑOS

No se le cae la sonrisa de los labios. Laura Valenzuela sigue tan esbelta y espigada como siempre. Recuerda cuando, de joven, “siempre vestía de negro o de marrón oscuro”, pasaba al lado de un garaje y uno de los empleados avisó a otro: «Ven, corre, mira…» Laura pasaba por delante. Y oyó el comentario del recién llegado: «¿Y para ver una anguila de luto me llamas?…»

Delgada, alta, demasiado alta a veces para las exigencias del guión (perdió tres películas por su talla, siempre más elevada que la de la protagonista). Laura, que para los de la generación de sus más de 30 cintas, seguirá siendo Laurita, está ahora con nosotros, espléndida a sus ochenta años…

Nunca me ha dado ningún reparo confesar mi edad. Es la que tengo: 80 años. Y ¡qué bien! Quizá me ayude a decirlo que la gente me comenta que estoy muy bien. Y la verdad es que yo me veo muy bien. No me importan nada los años.

Esbelta, alta, delgada, ágil…

Siempre he pesado lo mismo. ¡Y mira que como! Y me gustan los guisos, lo que engorda: los garbanzos, las lentejas, las judías… Como y mucho, pero como suelo decir, mi metabolismo se come todo lo que yo ingiero. Siempre estoy con el mismo peso, excepto con el embarazo de Lara. Entonces engordé ¡28 kilos! Tenía muchísima hambre. Incluso me levantaba sigilosamente por las noches a la nevera y la vaciaba. Allí me comía todo… Después del parto, el hambre se serenó, volví a mis hábitos de siempre, y otra vez a mi peso…

Es que nadie se creería que tienes los ochenta…

Nacida en 1931.

Pero algún retoque te habrás hecho…

Uno. Fue cuando estaba en Tele 5. Estaba por la mañanas. Y es que de pronto, ví que se me iban cerrando los ojos. Así que decidí operármelos. Un pequeño estiramiento, pero pedí que no me tocaran ni los ojos, ni las orejas. Fue hace 18 años… Y desde entonces vivo de aquel «planchado».

Nacida en 1931 y llamada, según los documentos oficiales, Rocío Espinosa.

Exacto: Rocío Espinosa López-Cepero, para servirle. Pero adopté el nombre de mi abuela, con la que conviví mucho: Laura Valenzuela. Laura que es mi segundo nombre y Valenzuela, que es mi cuarto apellido.

Fue durante muchos años Laurita. Pero en ese diminutivo sería injusto ver alguna frivolidad. Laura quería ser médico. Y además especializarse en algo poco común entre las féminas: cirugía. Quería ser cirujana. En esos años, estudia, se forma, lee.

A Balzac le tiene devoción por su defensa de las mujeres. Y lo lee en francés. Habla italiano.

No puedo decir lo mismo del inglés y lo siento, porque leer en el idioma original es diferente.

Por distintas circunstancias entra en una empresa de martillos pilones, hasta que de la mano de José Luis Ozores se presenta a una prueba en Televisión Española. En la televisión de entonces, recién nacida «pequeñita y coqueta», en donde se hacía la publicidad en directo; de aquél entonces se recuerdan anécdotas como la de aquel locutor abstemio que tenía que anunciar un coñac. Y le ponían todos los días una copita de té para que lo saboreara ante el público. Un buen día llegó un ayudante de estudio, oyó que había que preparar la copa para el anuncio. Y como es lógico, llenó la copa con coñac de verdad… Con lo que el pobre locutor, sonriente, se llevó la copa a los labios, y lanzó un ¡agggg”! que no era lo más recomendable para recomendar la bebida…

Ya lo conté más de una vez. El primer día me dijeron que tenía que presentar a un bailarín y lo hice. Pero en un momento determinado, se le quedó enganchado un zapato en la tarima y el pobre hombre no podía desembarazarse de aquello; me avisan, la cámara viene a mí y me señalan que debo decir algo… Y no se me ocurrió más que decir que era tan bueno, que bailaba con un sólo pie…

Ocurrente, claro. Y le valió quedarse con la plaza de presentadora.

El noctámbulo

Cuando se habla con Laura Valenzuela sale a relucir siempre la manía horaria de su marido.

Yo me levanto siempre pronto. Pero José Luis era el ejemplo más claro de noctámbulo. Bueno, ya cuando hacía la mili, cuando tocaban diana, sus compañeros tenían que sujetarle para que no se cayera, porque era justo cuando le entraba el sueño. José Luís nunca dormía por la noche. Se sentaba ahí, en esa esquina del sofá y se pasaba las horas escribiendo o haciendo crucigramas… A las ocho de la mañana, cuando se levantaba la niña, le daba un beso y entonces sí, se iba para la cama…

Y cuenta Laura que cuando estaba preparando el guión de “La Colmena”, José Luis escribía por la noche, siempre a mano, y le dejaba las cuartillas a ella sobre la mesa. Al día siguiente, Laura iba pasando lentamente aquellas cuartillas a máquina…

Dos o tres veces la tuve que mecanografiar, porque luego iba corrigiendo y corrigiendo.

¿Y tú te sigues levantando pronto?

Sí, madrugo.

Y su día es como el de muchas amas de casa. Desayuna, organiza todo, sale a la compra, hace recados, ayuda algo a su hija, sobre todo si ella está de gira… Lee, ve cine.

¿Escribes algo?

No. No sé. Honradamente, no sé. Me hablaron de escribir una especie de memorias, de recoger mis recuerdos, mis vivencias; pero no sé…

El horror a la cocina

¿Es verdad que no sabes cocinar?

¡Me frío los dedos si me meto en la cocina…! En la casa sé hacer todo. Mi madre nos enseñó que para saber mandar, hay que saber hacer las cosas; así que aprendimos de todo. Y sé de todo, menos cocinar. Me regalaron libros de cocina. Me pongo, lo hago por el libro, exacto, milimetrado… Pero a la hora de la verdad aquello es un bodrio intragable. Nada. Negada para la cocina. Nunca se me dió bien… Y cuando Lara tenía tres meses, apareció Sagrario… y hasta hoy, Recuerdo que le pregunté: ¿Y tú sabes guisar? Lo corriente, lo de todos los días, me dijo… Y hasta hoy.

Sagrario está hoy en casa de aquella niña que tenía tres meses, que es actriz, que hoy es madre de dos hijos y que se llama Lara.

El cine

Recuerda sonriente su primer papel. “Por llamarle algo”, dice ella.

Me maquillaron. Era de noche. Yo no tenía que decir palabra alguna. Estaba emocionada. ¡Mi primera película! Cuando el director me señala y dice: ahora tú, sales por ahí, y cruzas la calle. Fue todo. De espaldas a la cámara. Nadie supo que era yo. De noche y de espaldas. Todavía me pregunto para qué me habrían maquillado.

Treinta y dos películas. Una vida de cine. Y sin embargo dices que nunca quisiste ser actriz.

No, no es que no quisiera ser actriz: es que yo no me encontraba bien actuando. No sabía, no sé… Fuí actriz por casualidad. No me gusta interpretar, quizá porque no sé. Creo que sólo en dos películas hay algo que me gusta. Una es un plano de “La Fiel Infantería”, que me gustó, que me encontré bien. Y la otra es “Españolas en París”. Es quizá la única película de la que estoy satisfecha.

¿Por qué fue la última?

Pues mira, quizá por eso.

Y el cine te lleva a la mano a José Luis Dibildos, uno de los grandes productores españoles y que produjo tus películas…

No, perdona. No es que el haya producido mis películas; es que yo trabajé en las suyas, que no es lo mismo. Y aunque parezca que es un detalle sin importancia, para mí la tiene, porque en ningún caso yo quería ser “la novia del productor”. Por entonces se empezaba a hacer en España lo que ya se hacía en otros países: tú firmabas con una productora para hacer tres o cuatro películas, de manera que ganabas menos por actuación, pero tenías asegurado el trabajo de uno o dos años.

Hasta que el productor te tiró los tejos

Fue a la segunda o tercera cinta. Y sí, nos hicimos novios. Trece años de noviazgo.

Y recuerda sonriente la pasión de Dibildos por el fútbol

“Tenia el carné Nº 242 de socio del Real Madrid. Era un forofo tremendo. Y había que ir al estadio todos los domingos. Daba lo mismo que hiciera frío, calor, nevara o tronara. El domingo, fútbol. O cuando fuera…” Así que el mismo día de la boda, al bajar las escaleras, se lo dije: José Luís, a partir de ahora, yo no voy a ningún partido más. Y lo cumplí.

También él te dijo que a partir de ese día, ni una película más.
¿Te costó aceptar aquello?

No, en absoluto. No me costó ningún trabajo. Ya te digo que a mí el cine realmente no me gustaba… Así que, a partir de entonces, fui ama de mi casa, de la suya y madre de Lara. Muy bien.

El cáncer

Ahora sabe muy bien que no hay que asustarse de la palabra.

¿Cómo estás, Laura?

Bien, muy bien, pero con mayúsculas…

Sonríe aunque hable de su cáncer, de su quimioterapia, de todo lo que se ahorró en peluquería durante aquellos meses. Laura es el ejemplo de la vitalidad y de afrontar las cosas en su verdadera dimensión.

Y ahora, con esta perspectiva, ¿cómo ves la salud?

Como deberíamos de verla siempre. Como algo importantísimo; pero no sólo por nosotros mismos, sino por las repercusiones que puede tener en los demás. Es una pena que no nos preocupemos de ella hasta que llegamos a cierta edad. Y lo digo por experiencia. Yo pasé por la vida como si el estar sano fuera un estado permanente. Nunca estuve mala, nunca falté a ninguna cita laboral, nunca… Por eso cuando me dijeron, Laura, tienes un cáncer, pues casi ni me lo creí. Estaba convencida de que eso no iba conmigo y que por tanto, antes de reconocer el diagnóstico, pensé que se trataba de un error… Nunca me preocupé por mi salud y eso está MUY MAL; quiero decirlo muy alto: muy mal. Y la prueba está en que hacía seis años que no me hacía una revisión, ni una mamografía, ni una citología; Mal, muy mal. Ese abandono es imperdonable, porque quizá no hubiera evitado el tumor, pero posiblemente lo hubiéramos encontrado en un estadio menor, más pequeño… Quizá no hubiera sido necesaria la quimioterapia…

Si vives un proceso como el mío, aprendes a evitar pensamientos pesimistas. Yo ya no pienso en lo que no debo…

Cuando el médico le habló del diagnóstico, cáncer de mama, ella estaba en Nueva York. Y ahí comenzó todo el proceso.

Lo primero que hice fue mentalizarme. Vamos, coger el toro por los cuernos. Y asimilar lo que tantas veces oímos: que no hay que asustarse ante la palabra cáncer. Que hay muchos, y de muchos tipos. Y que no hay que tener la idea de que cáncer es igual a muerte, ni mucho menos. Me han quitado el tumor, que estaba muy localizado. Luego ese ganglio centinela (que yo siempre me confundo y lo llamo vigilante), salió bien. Después, la quimioterapia que mi cuerpo soportó magníficamente. No he devuelto un solo día, no he tenido náuseas, nada…

¿Piensas en la muerte, Laura?

Mira, he pasado por un proceso y por una situación que me hizo saber que hay cosas en las que no debo pensar. Y me he acostumbrado. Te advierto que es un ejercicio costoso, pero se logra. Quitas del pensamiento lo que no debes. Un cáncer te hace meditar muchas cosas y muy profundas… Llevo ya 5 años, pero sé que no estoy curada, que esta ahí, que está dormido y que seguramente ya no va a despertar. Porque –y esa es una ventaja de la edad– las células ya no trabajan como si fueran jóvenes. Así que está dormido y tranquilo. Y si tengo algún pensamiento pesimista, recurro a mi entrenamiento para no pensar en lo que no debo. Por ejemplo, recurro a la promesa que me he hecho de que tengo que ir de madrina a la boda de mi nieto mayor. Sé que se puede reproducir. Y entonces, pues habrá que volver a la quimio… Mira, en el fondo es un ahorro de peluquería tremendo. Hay que verlo por el lado bueno. En su momento, me sirvió incluso para probarme aquellas antiguas pelucas de la televisión…

Yo tenía una visión de la vida más oscura. Ahora sin embargo me doy cuenta de que la aventura de vivir es maravillosa

Laura, serena, mira ahora con perspectiva distinta.

“Te das cuenta, dice, de la cantidad de tonterías que te preocupaban, cuando realmente las cosas importantes son muy, muy pocas. Te das cuenta de que la vida es estupenda». Fíjate qué curioso, lejos de ver las cosas con cierto pesimismo, ahora la visión del mundo es mucho mejor. Yo tenía una visión de la vida más oscura. Ahora sin embargo me doy cuenta de que la aventura de vivir es maravillosa y que, dentro de un orden, se puede disfrutar.

Pocas cosas importantes… ¿Como cuáles, Laura?

Procurar que mi hija sea feliz y ver crecer a mis nietos.

¿Verlos crecer… más?

(Nota para el lector: el nieto mayor de Laura es hijo de Lara Dibildos y del baloncestista Fran Murcia. Se llama Fran. Tiene 12 años, calza un 44,5, juega al baloncesto. Y según sus estudios de osificación medirá algún centímetro más que su padre, que tiene una talla de 2,04 metros).

Laura se ríe abiertamente. Doce años y se entusiasma con el baloncesto. No se perdía un partido de su padre.

Le gustan mucho todos los deportes. Quizá el que menos, el fútbol.

¿Cómo ves el tiempo ahora, Laura? ¿Tienes una dimensión distinta?

Quizá, sí. Ahora me duele perder el tiempo; no porque crea que me queda poco, ni mucho menos, sino porque te das cuenta de que hay muchas cosas que hacer. Ya no dejo una cosa para mañana. Procuro estar al día. Y otra cosa que te ocurre cuando tienes un susto de este tipo, es que te haces más solidario. Te sientes formando parte del mundo y de los problemas que afectan a los demás. Te das cuenta de que no vives solo, y que además los problemas del mundo son los problemas que vas a padecer tú, o tus hijos, o tus nietos…

Por cierto, ¿cómo ha afectado este proceso a tu hija Lara?

Ella sabe lo que es, porque ha pasado por lo mismo. Bien es cierto que era benigno y de otro tipo, pero el susto inicial es el mismo. La verdad es que le sirvió para madurar.

La perspectiva

Los ochenta años pueden invitar a una reflexión.

¿Te gusta sentirte mayor?

Me gusta sentirme bien. Y de momento, me siento bien; con pequeños achaques, claro; pero bien.

Laura confiesa que no le gusta mirar hacia atrás.

Miro siempre adelante por mis nietos. Y me preocupa. Pienso muchas veces en qué mundo les vamos a dejar; pero ya sé que no puedo hacer nada, salvo que adquieran una formación suficientemente sólida como para enfrentarse a todo ello.

¿Cómo ves tu vida?

La verdad es que cuando repaso mi vida… tengo la sensación de haber vivido una historia maravillosa. He hecho cine, he hecho cientos de programas de televisión… Y tengo además muy buena memoria, así que me acuerdo de todo…

Es la imagen que todos tenemos de Laura. La televisión con su compañero de siempre, el inolvidable Joaquín Prat…

Ya ves, la televisión, que yo no sabía lo que era y luego fue una parte importantísima de mi vida. Recuerdo que cuando José Luis Ozores me llevó a hacer la prueba de admisión, le pregunté: ¿Y cómo es la tele?, y me dijo: mira, la televisión es una caja en donde salen personas pequeñitas que hablan.

Fue el primer rostro de TVE en 1956. Su mayor popularidad la consiguió junto a Joaquín Prat en el programa “Galas del sábado”. También TVE le brindó la plataforma internacional al presentar la gala del Festival de Eurovisión que se transmitió desde el Teatro Real de Madrid.