«la abuela de “Cuéntame…»
Herminia es la abuela de toda España que los jueves se asoma a la pantalla de la televisión, a veces con rulos, a veces con el rosario en las manos, a contarnos cómo éramos hace treinta años. Es María Galiana, serena, simpática, con unos ojos llenos de expresividad que se le ríen solos. “Simpática, sí, pero no graciosa – comenta -. Lleva 76 años a sus espaldas, pero no le pesan en absoluto. Tiene un ímpetu y un empuje juvenil que contagia a todo su entorno. Y una popularidad que desborda lo imaginable. “Y hay que ver cómo el personaje arrastra a la persona… Tengo cosas en común con Herminia, claro; pero en otras cuestiones soy diametralmente opuesta”. Por la calle le dicen de todo, y todo bueno. Pero a veces te sobrepasa: “Estás comiendo en algún sitio y no te dejan ni comer. No soy tan buena como Herminia, desde luego. A veces me echan piropos de lo buena que soy y solo puedo decir, “que no, que no, que esa es Herminia, no yo… Pregúntele a mis hijos…”.
Le preguntamos directamente a ella, a esta catedrática de Historia del Arte, que daba sus clases en un instituto de Sevilla y se encuentra con que ahora, en Dos Hermanas, hay un instituto que lleva su nombre…
Yo creo que es un poco exagerado. Le pusieron mi nombre porque soy famosa, pero no tengo ningún mérito especial. Seguro que hay muchísima gente que se lo merece más que yo. No he destacado especialmente por algo sobresaliente, no inventé nada… Solo que la gente me conoce.
Aficionada al teatro desde hace muchos años un buen día, unos muchachos que habían sido alumnos de una compañera la fueron a ver. Querían que participara en una película que estaban haciendo.
Y les dije que sí, claro. No tenían un duro aquellos muchachos, así que no cobramos nada. Tuvieron que pagar un cámara y los trámites oportunos y así lo hicimos. Era verano. Yo lo pasé muy bien. Y aquél cámara, Raúl Pérez Cubero obtuvo el premio de fotografía y luego hizo todas las películas de Garci. Fue el comienzo, pero yo nunca me planteé dejar mi verdadera vocación, que es la docencia. Yo quería seguir con mis clases. A veces actuaba por el verano o pedía algún permiso; pero realmente hasta el año 2000 en que me jubilé, mi primera y real dedicación fueron mis clases y mi historia del arte…
Para rodar “Pasodoble” pidió un llamado “permiso no retribuido” que era de 90 días, pero que solo se podía pedir cada dos años. Era una especie de excedencia.
Eso era una ventaja inmensa, porque ese permiso te lo concedían de manera inmediata. Si pedías la baja por alguna razón tenían que seguir pagándote, mientras que si era permiso sin sueldo, no cobrabas nada y así podían contratar a un interino. Gracias a ese sistema fui rodando películas, porque afortunadamente nunca se tarda tanto. Después de “Pasodoble” hice “Juncal”, con Jaime de Armiñán.
Herminia, mi personaje y yo, tenemos algún parecido, pero somos muy distintas. Yo no soy una abuela tradicional. Soy un poco cardo.
Para “Solas”, su primer gran éxito, pidió un permiso especial para los días que duró el rodaje que empezó un 12 de octubre.
Estoy segura de la fecha de comienzo, no porque tenga un significado especial. Es que tenía que ser un día de fiesta para poder rodar en el supermercado esa escena…
Soy como una monja
Me han dicho que no tiene correo electrónico, que no tiene ordenador…
Y es verdad. Pero solo media verdad, porque tengo el de mis hijos, es decir que sé las ventajas que tiene por ejemplo para sacar billetes, para obtener entradas. Pero por ejemplo, no me gusta leer en pantalla. Yo tengo la idea de que los libros hay que tocarlos, respirarlos… ¿Que tiene ventajas? ¡por supuesto!, pero si quiero consultar algo, tengo mi enciclopedia o mis diccionarios que están absolutamente certificados… Además, yo soy un poco como una monja. Yo prescindo de muchas cosas y sobre todo, de aquellas que me interrumpen. No tengo nada en su contra, que conste. Pero me gusta más tocar el libro.
María, ¿le preocupa su estado físico?
Regular, en el sentido de que me preocupa mucho más el mental. El físico lo paso por alto. No me escucho, podríamos decir. Mira, una amiga que es mayor que yo – tiene 86 – lo dice con una expresión muy curiosa: “No tengo dolores fijos”.
Los años te van achicando la perspectiva; pero el gozo que no se pierde nunca es el intelectual. Un buen concierto no tiene edad
Bueno, María Dolores Pradera nos decía en estas páginas “yo estoy en la edad del “nunca”; es decir, esa edad en que empiezas a decir , “nunca me había dolido esto, nunca me había dolido aquí…”.
No me hago mucho caso, esa es la verdad. Y por otra parte, soy muy obediente y muy ordenada. Si me encuentran algo y me tengo que cuidar, pues me cuido; y lo hago de manera estricta: si tengo que cumplir una dieta, la cumplo a rajatabla. ¿Que hay que comer verduras y pescado?, pues verduras y pescado…
¿Vive sola?
Sí, aunque mi hija viene mucho a casa y a veces convive conmigo; pero vivo sola en el sentido de que yo sigo siendo el ama de casa, la que dispone y la que decide. Me acompaña mucho, esa es la verdad; pero vivo sola, con la compañía necesaria para mantener mi libertad.
¿Cascarrabias?
No sé si decir cascarrabias o despegada. Yo creo que encaja mejor lo de despegada. O incluso un poco cardo, un poco seca. En eso es verdad que no me parezco a Herminia, mi personaje en Cuéntame. Ya digo que puedo caer simpática, puedo serlo, pero reconozco que no soy cariñosa. No soy una abuela “bizcochable”, soy muy poco zalamera, no me pasa como a Ana Duato, que llega a los rodajes y empieza por besar a todo el mundo…
Y del Betis…
Esa ha sido una elección, no solo una tradición. Si puedo, voy al palco siempre, porque soy abonada. Con muy pocas mujeres esa es la verdad, porque todo son hombres. Y como dicen: Y en Madrid serás entonces del Atlético. Pues no. Aquí soy del Rayo Vallecano… La verdad es que me gusta y es una herencia. El que era aficionado del Betis era mi padre y yo como soy hija única, iba con él al fútbol. Y también aprendí de él a ser respetuosa en esto del fútbol y a comprender que cada uno puede tener sus preferencias.
La abuela Galiana
¿Y en qué se encuentra parecido con la abuela de los Alcántara, con Herminia?
Por ejemplo en que Herminia es tolerante, tiene para su época, una gran amplitud de miras. También tiene, como yo, amor al trabajo. Y el cumplimiento del compromiso es algo en lo que estamos de acuerdo como en el interés en que la gente se lleve bien, en intentar siempre poner paz y serenidad en cuanto atisba que no la hay. Sí, algo nos parecemos. Otra cosa es que la vida real nos ha llevado por caminos distintos: a mí me ha gustado siempre estudiar y se ve que ella es una persona que no tiene una gran cultura.
¿Y no está un poco harta del personaje?
No, no, no. Me lo paso muy bien. Lo tengo muy asumido. Para mí es un trabajo como era ir a dar clase. Ahora toca ser Herminia…
¿Y cómo es la abuela Galiana?
Tengo poco de abuela tradicional. Bueno, baste decir que a mis hijos ni se les pasa por la cabeza decir “mamá, quédate con los niños…” También es verdad que no pasa nada si me quedo con ellos, si es preciso. Pero yo soy muy sincera con los pequeños. Les digo lo que hay, no hago trampas para que ganen en algún juego. Y me quieren como soy. Puede que parezca un poco cardo.
Estrecheces
María perdió a su marido en 2008. Por culpa del tabaco, dice. Era profesor en la Escuela de Arquitectura. Ella, en el Instituto Ramón Carande.
Dos docentes y con cinco hijos, es de suponer que habría estrecheces, claro…
Mira, con el corazón en la mano, puedo decirte que esas estrecheces, que las hubo, hoy día serían dramáticas. Pero entonces, no. Nosotros no éramos conscientes de todo ello, no echábamos de menos muchas cosas y teníamos carencias importantes. Por supuesto no teníamos muchas cosas de las que hoy parecen imprescindibles. No teníamos un apartamento en la playa y es más, yo daba clases en verano en alguna academia para ganar unas pesetas más; los chicos iban a la piscina. ¿Estrecheces? Sí, pero sin sensación de angustia económica. Nosotros compramos nuestra primera casa después de veinte años de casados. No hacíamos viajes, ni sufríamos por no hacerlos. Yo creo que ahí está la diferencia. Prefería pagar la ayuda del servicio porque para mí era muy importante: era mi libertad, era mi posibilidad de ir a algún sitio, a algún teatro, a algún museo… Lo que no quiere decir que no hiciera las labores del hogar. Porque yo era muy cocinitas. ¡He tenido 6 hijos!, aunque uno murió con 6 meses. Pero cinco hijos son cinco hijos y además estaban mis padres… y no es de extrañar que hubiera que freír dos kilos de pescado o 14 filetes o hacer 80 albóndigas…
Una mirada a la enseñanza
¿Ha cambiado la enseñanza en los últimos años?
No me gusta decir que está peor. Creo que lo que hace falta es un revulsivo, algo que haga reaccionar. Se ha perdido la conciencia de la formación, no se va a la escuela a aprender, sino a aprobar. Suelen ser cosas que van juntas, pero no siempre. Parece que lo importante es aprobar y no es así. Muchas veces tenias que razonar con algún padre que iba a protestar por un suspenso. Y les decía ¿Cree que a su hijo le va a venir bien el inglés para el futuro? ¡Claro!, decían ellos. Pues que estudie, hombre, que estudie… Y lo mismo en otros campos. Hay que estudiar para después desarrollar su función. En definitiva falta disciplina, motivación, esfuerzo. Y tengo que decir una cosa: si al profesor se le enseña que su misión es solo transmitir conocimientos a los alumnos, entonces no adelantamos nada. El profesor tiene que ser vocacional. Y entonces todo lo demás se hace sin esfuerzo. Lo que ocurre es que como he leído en algún sitio, enseñamos a alumnos del siglo XXI, en aulas del siglo XX y con métodos del XIX. Es posible. Pero que quede claro: no es solo transmitir conocimientos. Es algo más.
¿Qué le llevó a la docencia?
Podríamos decir que tengo una parte genética, ya que tuve tres tías que eran profesoras o maestras. Yo llegué a la docencia de una forma totalmente vocacional. Me interesa la juventud y enseñar me parece una dedicación excelsa. Es verdad que en la Universidad hice teatro con el TEU (Teatro Español Universitario); pero nunca me planteé dejar la docencia por la interpretación; nunca.
María, ¿cómo le ha cambiado la vida desde el año 2000 en el que se jubila?
Poco. La verdad es que cuando me jubilé no podía imaginar estar sin trabajar. De hecho, tenía mucho trabajo esperándome, mucho trabajo de actriz. No concibo estar sin trabajo. ¿Cambiar? La vida no me cambió mucho. Lo que cambió, sin duda, fue la situación de mi cuenta corriente, claro. Hago cosas impensables hace unos años; por ejemplo ir toda la familia a pasar las Navidades a Canarias. Ahora viajo, por ejemplo, voy a Roma o a París. Es distinto.
La naturalidad al interpretar es una de sus mayores características. ¿Cómo se plantea los personajes?
Los plantea el autor .El personaje lo saco siempre del texto. El texto lo hace y lo dice todo. Cuando hice la Poncia en Bernarda Alba, de Lorca, todo estaba allí. No hay más que entrar en el texto. El autor es el que realmente define el personaje y lo hace a través de sus palabras. Mira, recuerdo una anécdota muy curiosa de Rafael Amargo, el bailarín. Él quería ser actor y la verdad es que podía haberlo sido. Y fue a unas clases que no eran baratas. Pero le pusieron en situación, y le dijeron: ahora piensa en algo muy triste que te haya ocurrido… Y él pensó en la muerte de su abuela, a la que quería muchísimo. Y al poco tiempo le saltaron unos lagrimones tremendos. Bien, bien, bien. Pero claro, al día siguiente había que repetir la escena, para mecanizar, supongo, la historia. Total que el muchacho le dijo a la profesora. «¿Sabes qué te digo?: que no te voy a pagar por llorar todos los días por mi abuela…”
La verdad del teatro y del cine
María es muy estudiosa. Y en todos los órdenes de la vida. Sus papeles se los estudia a fondo para ver cómo son los personajes, cómo tienen que reaccionar en cada caso, qué gesto pondrían en distintas circunstancias.
Te voy a decir algo que mucha gente no comparte. Cuando se habla de interpretación suele decirse que el cine es la gran mentira y que la verdad está en el teatro. Pues yo no estoy en absoluto de acuerdo. El teatro tiene una técnica para transmitir sensaciones al espectador. Pero es una técnica que el buen actor aplica, porque no se puede emocionar al espectador con emoción real a las siete de la tarde y todos los días. En el cine la cosa es distinta, porque en el cine la cámara te descubre si es verdad o no. Ahí no hay técnica que valga. No puedes engañar a la cámara. Los ojos dicen siempre lo que te está pasando por dentro. Y si tú no te lo crees, si no estás dentro del papel, la cámara te lo descubre. Aprecio – y mucho – todos los medios; pero conviene comentar todo esto, porque existe la idea de que la verdad está en el teatro, y no, está en el cine.
«El cine encierra más verdad que el teatro. La cámara te descubre todo, porque los ojos dicen siempre lo que te pasa por dentro. A la cámara no la puedes engañar»
El paso de los años
Ya lleva once años jubilada, tres viuda, con mucha actividad en teatro, cine y televisión. Hablamos del cambio de perspectiva con el paso de los años, y con la naturalidad de una visión intelectual de la vida, lo comenta:
Creo que se te va achicando la perspectiva. Normalmente es un proceso que empieza por la pérdida de tus padres; luego pierdes los amigos. Y entonces empiezas a darte cuenta de que estás en una sociedad que no va vivir lo que has vivido tú. Y eso va aislándote, porque no tienen la misma mirada sobre las cosas. La mirada hacia adelante pierde, como es natural, el horizonte. Me planteo metas temporales muy pequeñas. Piensas con frecuencia que se puede acabar tu tiempo; así que yo no pienso en las olimpiadas de Brasil, sino en el verano que viene. Y eso te hace pensar de otra forma.
Y cuenta una anécdota ilustrativa. En una ocasión en que le entregaban un premio, se acercó a verla un primo al que no conocía realmente, pero del que tenía todas las claves. Estuvieron charlando un buen rato y al final, María le dijo:
¿Sabes lo único que me apena de este encuentro? ¡Que no le puedo contar a nadie que te he conocido! Porque ya no estaba nadie que conociera a los dos. Y lo mismo me ocurrió en Santander, que me fui a ver un antiguo colegio en donde yo había pasado un año interna. Y allí fui, y vi la zona, – no el colegio, que ya no estaba- Y me ocurrió lo mismo. Me volví a casa con cierta pena, porque realmente no tenía a quién contarle que allí había estado hacía muchos años. Porque además, me da la impresión de que la gente joven ha perdido la curiosidad. Buscan lo inmediato.
¿Y cómo se enfrenta a la vejez?
Es duro, ¿eh? Pero hay que establecer estrategias para sortear ese enfrentarte con los años. Yo, te lo decía antes, hago planes inmediatos. Planeo un viaje en unos días, plazos siempre muy cortos. Y desde luego, creo que lo básico es no perder la curiosidad. Y aquí hay algo importante. El gozo que no se pierde nunca es el gozo intelectual. Leer o disfrutar del arte, por ejemplo. Un concierto no tiene edad. Y puedes disfrutar de todo ello si planificas un poco. Pero a corto plazo.
Me preocupa el estado físico, pero mucho más el mental. Vivo sola, estoy al día, viajo, conduzco y… soy del Betis
¿Y cuándo se considera uno viejo?
Creo que a partir de los 70. Mira, cuando empezamos Cuéntame, hace ya diez años, yo no pensaba nada de lo que pienso ahora. Los sesenta se llevan muy bien, pero ahora la cosa ya va cambiando. Sobre todo, porque son los demás los que empiezan a considerarte viejo. Te dicen, como me dicen a mí: ¿Pero vas a ir conduciendo tú? ¡Pues claro! -digo. O como cuando dices algo y te reprochen con ese soniquete de hastío… ¡Pero mamá…!
¿Y la enfermedad? ¿La temes?
No. Hombre, no me gusta. Pero sí tengo claro que me gustaría prepararme para la muerte. No me angustia, pero no me gustaría morirme de repente. O como decía un amigo, “yo estoy preparándome para la muerte, pero para no dar el espectáculo”. No, no me angustia.
Los consejos para la jubilación
En una charla distendida, Maria Galiana desgrana una serie de puntos a tener en cuenta para la jubilación.
- Salud. Me parece el primero – comenta– pero sin obsesionarse. ¿Por qué todos los mayores solo hablan de sus problemas de salud? Ocuparse de ello, pero sin obsesión.
- Serenidad. Creo que es básica esa serenidad para aceptar lo que tienes y lo que cuenta a tu alrededor. Y siendo conscientes de que no conduce a nada meter la cabeza debajo del ala.
- Sintonía. Me parece fundamental conectar con el mundo que nos rodea, pero con la perspectiva correcta. Es muy poco lo que importa realmente. Y tenemos que darnos cuenta de que nosotros interesamos menos, pero el mundo sigue siendo el mismo.
- Soledad. Éste es un problema, porque no se puede ver la soledad como un problema. Uno está solo. Y se debe aceptar esa soledad; pero además, es la forma real de apreciar a los demás, de querer y ser querido. Y hablar. Mira, cuando me quedé viuda, el gran dolor es la pérdida de tu marido, que no se puede paliar con nada. Pero hay otra pérdida y es que no tienes con quién hablar, que es lo mejor que hay en la vida, hablar, compartir…
- Superación. Me parece básico el espíritu de superación de las adversidades propias y ajenas. No te puedes hundir, hay que sacar el cuello del agua y seguir hacia adelante.
- Solidaridad. Es una vertiente muy interesante cuando se llega a la jubilación y se tiene más tiempo. La solidaridad es muy gratificante porque puedes ayudar y cooperar en montones de actividades de buen contenido social.