Teresa Berganza

0
2039
05 Teresa Berganza DSC1534
05 Teresa Berganza DSC1534

En mi vida nunca me he sentido sola porque estaba con la música en la cabeza

Teresa Berganza estuvo cincuenta y ocho años interpretando vida y sentimiento sobre una aria, un LA o simplemente desde la imaginación, un privilegio al que le puso voz y belleza tímbrica en los mejores “templos del mundo”, la manera más admirable que tiene para calificar a escenarios como la ópera del Metropolitan de Nueva York, el Carnegie Hall, La Scala de Milán, la ópera Garnier o el Royal Ópera House de Londres donde ha sublimado a sus autores de referencia, Mozart, Rossini o Haendel.

La voz es el único instrumento natural que está muy cerca del corazón y la cabeza, las dos cosas que más necesitamos

Ella es música. Cuatro años de solfeo, los mismos de órgano y de canto, ocho de piano, tres de música de cámara… y una vida en el conservatorio. Y aunque ya no canta, reconoce la necesidad de oírse con el tararear de la ópera “Las bodas de Fígaro“ volviendo a ser Cherubino o la Carmen de Bizet. Lo hace con un solo instrumento, sus cuerdas vocales, únicas y privilegiadas para hacer del canto ligado “algo tan natural como el habla y la vida misma”.
Nos recibe en su casa, un palacio del siglo XVII en pleno XXI. Justo enfrente de la basílica del Monasterio del Escorial. A veces se asoma a la puerta y se imagina saludar a Felipe II o invitar a café a la princesa de Éboli. Lo llama locuras o fantasías. Un contrapunto de épocas al que asiste el silencio y la paz tan a menudo como los rayos de luz que se cuelan por una ventana de un estudio a veces pinacoteca a veces conservatorio. Sobresale un piano majestuoso con un buda de la música “para no olvidar lo importante que es sonreír” que le recordaba siempre su madre y su única maestra, Lola Rodríguez Aragón.

RECONOCIMIENTO

Teresa Berganza está de enhorabuena, de éxito que dirían sus amigos. Recibir el premio a su carrera profesional, toda una vida dedicada a la música que le ha concedido los International Opera Awards 2018. ¿Un reconocimiento nunca llega tarde, verdad?
«Dicen los músicos que son los Óscar de la ópera. Lo agradezco mucho pero el más grande ha sido poder cantar durante 58 años donde y con quien he querido. Nunca he deseado ser mediática. Los galardones deberían reconocer la valía del artista, pero no es así. Esto pasa a veces, pero mi vida ha sido el mejor premio».
¿Qué fue más importante en su carrera como mezzo soprano, dejar una huella en la historia o un legado para las siguientes generaciones?
«Nunca he pensado en eso. Mi vida ha sido cantar y trabajar mucho para hacerlo mejor cada día. Parecía mentira cuando se me escuchaba, pero tenía muchísima inseguridad de saber si saldría bien, si sería capaz de coger esta nota más alta. Lo que sí he conseguido es tener un acto de amor con el público, que es el que me ha querido y mantenido. Nunca he cantado para mí. Siempre me ha gustado entrar en escena y que antes de cantar ya me dieran una ovación, pero ¿por qué? porque iba muy mona vestida, y no era una tontería, ayudaba a tu autoestima».
Por cierto, después de haber actuado en medio mundo y haber llevado la marca y el nombre de España, ¿se siente profeta en tu tierra?
«No me siento profeta en mi tierra. Soy menos querida en España que en cualquier país. Los que me quieren lo hacen con locura, pero son pocos y muy escogidos. Nunca he salido en “Hola” y me lo han propuesto, eso es un premio. Pagar a un “public relations” para que hable de mí me parece vergonzoso, por eso he tenido la suerte de hacer una carrera sin la necesidad de nadie. No he tenido padrinos, sólo a una maestra -Lola Rodríguez Aragón- y a mis padres».

No me siento profeta en mi tierra. Soy menos querida en España que en cualquier país

INICIOS

Usted nació tres años antes de iniciarse la guerra civil y ha reconocido siempre que fue feliz. ¿Siendo tan pequeña qué recuerda de aquellos años…?
«Pues que quise con locura a mis padres, eran unos fuera de serie. Recuerdo cuando venían los obuses durante la guerra y cómo ellos se ponían encima de mí para protegerme. ¡Niños, al suelo que vienen los obuses! o ¡No dejéis a la niña en el suelo no vaya a ser que la muerda una rata! nos decían. Aquello se me quedó para toda la vida. Yo me siento una niña de la guerra. Como había un frente en Las Vistillas nos tuvimos que trasladar de la calle de San Isidro a Goya».
¿Es cierto que pasó muy jovencita por el convento?
«Con 17 años les dije a mis padres que iba a ver a unas amigas y me escapé a un convento. Las monjas estaban encantadas, pero duré quince días hasta que me dijeron que mi padre se estaba muriendo, una mentira piadosa para que saliese de allí. Quería ser la esposa de Dios, la más cercana buena y generosa… por desgracia he perdido mucho. Pensándolo bien, creo que la vida de un cantante es la vida de un monje».
Comenzó su carrera artística muy joven, cantando en un coro canciones de Juanita Reina, Carmen Sevilla…
«Empecé en la música con seis años con mi padre y ya estudiaba solfeo y piano. Con esa edad ya tocaba el piano – que le regaló su madre- con un dedo e interpretaba las sonaticas pequeñas de Mozart, que a mí me encantaban. Después, para pagarme mis estudios canté con Juanito Valderrama, hice cine con Carmen Sevilla. Yo creo que les parecía que era mona, pero llegué a participar en Don Giovanni, el Barbero de Sevilla. Por cierto, me encanta saber que en Ballesol hay coros. El hombre por naturaleza tiene que cantar. La voz es el único instrumento natural que está muy cerca del corazón y la cabeza, las dos cosas que más necesitamos».
Con apenas veinte años ya se había ganado el respeto y la admiración de directores y compositores, ¿cómo lo hizo posible?
«Me he sentido siempre superior a todos los hombres, y eso que eran geniales cantantes y directores. Algunos de estos se dirigían a “grandes” de la música y les decían: “Por favor, cante usted como la señora Berganza”. Y luego me preguntaban cómo hacía las agilidades, “pues respirando, sujetando, colocándolas y sabiendo solfeo”, les contestaba. En casi todas las óperas mías había más hombres que mujeres. Yo podía hacer de todo, cantar, arreglar mi casa, correr, fui campeona de longitud en el colegio con 1,60 que mido, esquiar y hasta alpinismo con cuerda».

MOMENTOS

¿Su interpretación en la ópera Carmen en 1980 en el teatro nacional de la ópera de París supuso un hito en la historia de la música?
«Eso dicen y yo les dejo que lo digan (risas). Junto a Claudio Abbado y el director de escena estuvimos un año estudiando a Carmen, todo Bizet y Mérimée porque siempre decían que era una españolada. No era cierto, escribió la historia de Carmen porque la madre de Eugenia de Montijo en París conoció a una Carmen gitana y a un José. Todo eso se lo contó a Mérimée y esta lo paso a la novela. ¿Cuántas veces han contado algunos indocumentados que el torero Pepe- Hillo era una fantasía? ¡Pero si hasta lo pintó Goya¡».
La Carmen de Bizet, El Cherubino de Le Nozze di Figaro, Dorabella del Cosí fan tutte, el Sesto de La Clemenza di Tito, ¿con qué interpretación se ha sentido más atraída e identificada?
«Con todos porque si no hubiese dejado la ópera. He rechazado muchos papeles por sentido común, sabiendo que mi voz no podía ser la de una Amneris (Aida, Verdi) o una mezzosoprano dramática. Yo he sido una mezzosoprano ligera y por eso he cantado los Mozart. Con la ópera Werther me parecía que tiraba mucho dramáticamente y de mi garganta. Precisamente el que canté con Krauss en Londres, este me llegó a decir: “no te apasiones tanto Teresita porque no es bueno para la voz”. ¡Qué razón tenía! Ya no lo canté más».
Ha reconocido innumerables veces su admiración por María Callas. Trabajó con ella en Medea (1958), quería ser tan profesional como ella, ¿siente que lo consiguió?
«No lo sé porque me parecen palabras mayores. El día que la conocí me tembló todo el cuerpo, pero verla actuar con una Traviata me impresionó. La gente tenía un mal concepto de ella, claro que tenía carácter porque había cantantes que ni la llegaban a la altura del tobillo en interpretación y querían tener más éxito que ella. Recuerdo que al ser muy miope llevaba unas gafas de culo de vaso que se las ponía a las 9 de la mañana para practicar corriendo la bajada por las escaleras del teatro con la que comenzaba el espectáculo. Era la artista más profesional que he visto. En una ocasión estando con ella terminé de cantar mi aria, estaba de espaldas y ella de frente al público que comenzó a aplaudir. Me pidió que me girase para agradecerlo pero le dije que delante de ella no. Me cogió por los hombros y me puso a su lado. Eso sólo lo podía hacer una mujer con esa generosidad».
¿Y el día que le cantó el 70 cumpleaños a Plácido Domingo en el teatro Real en presencia de Doña Sofía?
«Lo hice porque no le podía cantar una cosa mejor (risas). Estaban todos muy serios cantando la Bohème, la Traviata… con la que precisamente quería sorprender a Plácido, que ya tenía las manos en la cabeza. Pedí un “La” al director, se hizo el silencio y de repente me puse a cantar el Happy Birthday, Mr President, de Marilyn Monroe. Se rieron todo lo que quisieron».

EL ADIÓS

¿De qué manera recuerda el día que decidió dejar de cantar?
«No fue una despedida, es que me quedé sin voz, muda de manera literal, pero tenía que ser así. Tenía 74 años y fue durante los cursos de música y academia de Paloma O,Shea en Santander. Me di cuenta que no tenía arreglo y me dije: no cantes más».
¿Cómo sufren las cuerdas vocales en la vida de una cantante lírica?
«He tenido un problema pese a haber cantado tantos años. Tenía fragilidad capilar, se me rompían los capilares en un ojo –enseña una pequeña mancha que le ha quedado- y en una cuerda vocal. Lo curioso es que el capilar no se rompía cuando cantaba sino cuando estornudaba, reía muy fuerte o hablaba mucho».

SACRIFICIOS

¿Cuál es el mayor sacrificio de una cantante lírica?
«La vida de una cantante es muy difícil. Tengo un libro que escribí, “Flor de soledad y silencio” y eso es lo que tenemos. Por mucho que estés en un hotel de cinco estrellas maravilloso con el marido en la habitación de al lado para que no te moleste porque no hay que hablar sino descansar antes y después de una actuación, sólo te queda el silencio y la soledad. Terminas de cantar con aplausos y autógrafos, pero vuelves al hotel, te desmaquillas, te pones cómoda y piensas si lo has hecho bien o mal, si el maestro ha llevado el dueto muy deprisa, si el tono era correcto, la puesta en escena. Es vivir para y por la música porque hay que sacrificarse mucho, pero vale la pena. Eso sí, en mi vida nunca me he sentido sola porque estaba con la música en la cabeza».
De todos sus amigos guarda anécdotas, la mayoría confesables. ¿Por quién quiere empezar?
«Cuando Alfredo Krauss ya estaba mal de salud procuraba distraerle. Una de las veces me reconoció que sólo necesitaba ternura. Le dije que yo se la podía dar pero que tendría que dejar de cantar y que le cobraría por horas. Él respondió con esos ojos maravillosos: “Ayy, ¡con lo apasionada que eres me matarías¡”. Era un hombre genial.
Con Montserrat Caballé tengo otra anécdota. Tenía que ir a un concierto de piano que creía que era en el teatro de la Zarzuela, y como no era allí, el director, al verme muy agobiada me puso su coche para llevarme al teatro Real. Al intentar acceder a la puerta del Sol por la calle Alcalá, el chofer, pensando que yo era una persona muy importante, le dijo al policía municipal que teníamos que pasar porque llevaba a Teresa Berganza. En ese momento le dije al conductor y al policía: “perdonen pero yo soy Montserrat Caballé y tengo que cantar en el teatro Real”. Rápidamente quitaron la valla y me dejaron pasar. Lo mejor es que el concierto tampoco era allí sino en el Auditorio Nacional».

CURIOSIDADES

Por favor, cuénteme la historia del esparadrapo y la enciclopedia para cuidar esa voz…
Siempre he tratado de ser profesional, darlo todo por el público y ser respetuoso con él. Eso conllevaba tener una disciplina y cuidar la voz. Era horrible tener tres hijos y no poder hablarles. Una de las cosas que hacía era ponerme un esparadrapo y escribir en un cuadernito lo que íbamos a hacer: “nos vamos a las cinco”, y se lo entregaba a mi hija más pequeña, que no sabía leer y me preguntaba ¿a papá? ¿a la abuela? También aprendí a respirar tumbándome en el suelo y poniéndome una enciclopedia que tenía mi padre para saber utilizar la parte alta del pecho hasta la parte baja de los pulmones».

PRESENTE Y FUTURO

¿Cómo es su faceta de abuela?
Ser madre es una de las cosas más hermosas que puede querer el ser humano, pero ser abuela es una locura. Aquí se pierde el sentido porque mis nietos han sido como si hubiese tenido más hijos. Se los quiere con locura porque son los hijos de nuestros hijos. Cuando nació mi primera nieta dije que la había tenido yo porque era como la continuación de mi última hija. A mí me ha encantado estar embaraza, he llegado a cantar un Cherubino con siete meses y medio. Me hacían unas túnicas y capas maravillosas que disimulaban como podían la barriguita».
¿Se pierden los sueños con la edad?
En mi caso no, y aconsejo no hacerlo. Me encantaría tener una roulot y conocer España pueblo a pueblo, pero nadie se quiere venir conmigo (se ríe). Me gustaría volver otra vez a Machu Picchu, a Grecia, donde canté en el teatro Eurípides, justo debajo del Partenón… podríamos poner un Ballesol allí (sugiere con una sonrisa cómplice)».
¿Qué es la vejez?
La vejez no me gusta nada, la palabra sí. Lo que no puedo soportar es que me llamen abuela la gente que no es mi nieta. Yo soy abuela de mis nietos, nada más. La palabra abuela o abuelo es muy importante. Entiendo esta etapa de la vida en la que hay más limitaciones, nos cansamos más, tengo más miedo a enfermar. Estoy aquí, pero no me gustaría tener muchos años más. Los que tenga los quiero llevar como ahora, capaz de andar todos los días tres kilómetros para querer estar mejor. Lo que me toque vivir vivirlo bien, nada más».