martes, abril 16, 2024

DESDE MI JARDÍN

Los años

El verano me da mucho que hacer, porque vuelve a primer plano uno de mis proyectos más queridos: conseguir el tomate perfecto. Como verán, es tarea completamente megalómana. Siembro tomates de muchas procedencias, con la esperanza de hibridar las características más interesantes. Lo que me ha costado más trabajo ha sido seleccionar las cualidades que ha de tener mi obra. Igual que hay catadores de vino, me considero un buen catador de tomates. El fruto con el que sueño no puede ser muy grande, porque entonces el centro se vuelve duro y seco, su piel no ha de ser ni muy fina ni muy gruesa, la pulpa jugosa y compacta, el sabor intenso y poco ácido.

He podido comprobar que en España hay un profundo patriotismo del tomate. Todo el mundo –estoy seguro de que usted también- está dispuesto a jurar que como el tomate de su pueblo no hay ninguno. Les tendré al corriente de lo que consiga. Pero hoy, más que de mis tomates, quiero hablarles de mis proyectos.

Hacer proyectos me parece una función vital imprescindible a cualquier edad. Con ellos nos seducimos a nosotros mismos desde lejos, animándonos a avanzar. Nos permiten dar significado a lo que nos pasa. Siempre he tenido muchos proyectos comenzados, esbozados, o en distintas fases de realización. Pero, en este momento, un hecho me hace considerarlos a una luz nueva. Cumplo setenta años, y me siento como un niño con zapatos nuevos. ¿Qué voy a hacer con ellos? Tengo que elegir mis proyectos para aprovechar bien la vida, ahora que la tengo toda por delante. Pensándolo bien, lo que más me interesa es progresar en algo, porque creo que ésta es una necesidad que tenemos todos, a cualquier edad. Da lo mismo en lo que se progrese: en andar un poco más que el día anterior, o en ser menos huraños, o en conseguir un mejor tomate. Me gustaría llegar a ser un excelente anciano y alcanzar una serenidad intensa y generosa. Eso significa no dejar que cosas intranscendentes me perturben, valorar cuidadosamente todo lo bueno que me suceda, por muy minúsculo que sea –un gesto, una flor, una sonrisa, un regalo, una cerveza, una canción, una palabra amable, ¡un tomate!-, desarrollar hasta donde pueda el sentido del humor, que siempre implica una cierta ternura y ocuparme generosamente de lo que me rodea. Creo que he llegado a una edad estupenda para cuidar de los demás.

Todo esto supone un esfuerzo para salir de la rutina y ver la realidad poéticamente. Les explicaré lo que quiero decir. Imagínense que van por el campo y se encuentran con un árbol seco, echan un rápido vistazo, ven que le ha salido un brote, y siguen andando. Es, desde luego, un suceso banal. Pero supongamos que quien va por ese camino es un poeta, más aún, supongamos que es D. Antonio Machado. ¿Qué hace? Se detiene, observa pensativo, saca una libretita y escribe: “Al olmo viejo, hendido por el rayo, y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido”. El hecho le produce una conmovedora admiración, y no quiere olvidarlo. Por eso, antes de irse, añade: “quiero anotar en mi cartera, la gracia de tu rama verdecida”. Y, luego, tras una pausa se confiesa: ”Mi corazón espera/ también, hacia la luz y hacia la vida/, otro milagro de la primavera”.

Por hoy ya he filosofado bastante. La tarde se ha llenado de golondrinas y vencejos. Recuerdo el poema de García Lorca: “Un cielo grande y sin gente/ monta en su globo a los pájaros”. Veo que unos tordos merodean amenazadores sobre mis cerezos, y tengo que ir a aguarles el festín. Adiós.

Redacción Revista Ballesol
Redacción Revista Ballesol
Equipo de redacción de la Revista Ballesol
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