Hablamos mucho de la Naturaleza, pero a veces resulta difícil saber qué es lo “natural”. En mi huerta cultivo maíces. Es maravilloso ver las grandes mazorcas amarillas, con sus granos apretados como pedrerías engastadas. Es evidente que ese maíz, cultivado con productos naturales, sin abonos ni insecticidas químicos, es completamente natural. Y, sin embargo, sólo lo es en parte. Se trata de una planta que se cultiva desde hace más de ocho mil años, en México. Observen la palabra “cultiva”. Tiene la misma raíz que “cultura”. A lo largo de los siglos una planta minúscula en sus orígenes ha ido adquiriendo unas dimensiones diferentes, y un número distinto de granos. Es naturaleza más cultura. Igual que los seres humanos.
Otro ejemplo es la manzana. Michel Pollan, en un delicioso libro titulado “La botánica del deseo”, supone que el éxito de la manzana, sobre todo en América, donde ha llegado a ser la fruta nacional, constituye un capítulo importante de la historia cultural de la humanidad. ¿Por qué? Porque las primeras manzanas eran desagradables e incomibles. Hay un refrán americano que dice “Una manzana al día del médico te libraría”. An Apple a day keeps the doctor away. Pero esa idea procede de una campaña de publicidad emprendida por los cultivadores americanos para reivindicar la fruta, a la que la “Unión de Mujeres por la Templanza cristiana” había declarado la guerra, porque la única utilidad de la manzana era hacer sidra, que fue la bebida alcohólica mas extendida entre los colonizadores de América. Pero, dice Pollan, la cultura no es más que el esfuerzo por satisfacer las necesidades y deseos de los seres humanos. Las 2500 variedades de manzanas responde al constante deseo humano de conseguir la dulzura.
Y la búsqueda de la dulzura, tanto en el campo gustativo como en el sentimental, merece una apasionada historia, porque es cierto que todas las sociedades la han buscado. Jonathan Swift, el creador de Gulliver, el personaje que nos divirtió en la infancia, escribió: ”las dos cosas más nobles del universo son la dulzura y la luz”. Y el poeta Matthew Arnold, dijo que la dulzura era el objetivo final de la civilización. Posiblemente exageraba un poco.
Me fascina esa interacción entre el hombre y la naturaleza, cuya manifestación más profunda es la educación. En ella se juntan naturaleza y cultura. Esta fascinación me ha llevado a estudiar no sólo la historia de las personas, sino también la historia de las cosas. De la misma manera que todas las palabras tienen su etimología, todas las cosas creadas por el hombre tienen su genealogía. Por ejemplo, una humilde pastilla de jabón. Después de la guerra, en época de escasez, era muy corriente fabricarlo en casa. El origen de la palabra es incierto.
Una antigua leyenda lo relaciona con el monte Sapo, en Grecia, donde se produjo espontáneamente la “saponificación”, la reacción química que produce el jabón, y que es la unión de una grasa vegetal o animal con un álcali. En el monte Sapo, se ofrecían en sacrificio muchos animales, y la mezcla de su grasa con la ceniza, al llover, producía un limo que se usaba para lavar, y que hacía espuma. Pero es más riguroso pensar que “jabon” tiene la misma raíz germánica que “sebo”. De Germania se importó el jabón en la época romana, aunque Plinio diga que era un invento galo, pero ya Homero lo había mencionado y se usaba en Mesopotamia tres mil años antes de nuestra era.
La química del jabón es curiosa, porque es una demostración del proverbio “La mancha de una mora con otra verde se quita”. En este caso, la mancha de grasa con grasa se limpia. Pero explicar por qué sucede esto excede de la finalidad de este artículo, que es sólo mostrar que la cultura y la historia se mezclan en todo lo que nos rodea.