jueves, abril 25, 2024

LOS ALMENDROS

Hoy no he tenido un buen día. Pero cuando salía de la consulta del médico me ha ocurrido algo sorprendente. Me he dado cuenta de que han florecido los almendros. Estamos a mediados de febrero, aún hay claro riesgo de heladas, pero, ¡no importa!, como adelantados de la primavera, valientes, animosos, innovadores, madrugadores siempre, vienen a anunciarnos un milagro: la vida vegetal, que había estado dormida, como los osos en su madriguera, se despereza y bulle. No los he visto en el campo, sino en medio de la ciudad, emergiendo como una aparición divina en el áspero reino del asfalto, los coches, la polución y el ruido. La flor rosada de los almendros nos indica cómo debemos mirar en este momento la naturaleza, incluso esa naturaleza aprisionada en nuestras calles. Parece que no ha pasado nada. Las ramas de los árboles están peladas, y muestran su osamenta descarnada. Pero por debajo de ese aspecto mortecino, una profunda y poderosa energía empieza a latir, en todo el paisaje. Algo maravilloso parece a punto de estallar. Acercaos al árbol que tengáis más cerca, hacerlo todos los días. Veréis como las yemas dormidas se despiertan. Si por presenciar este espectáculo nos hicieran pagar, habría una larga cola para verlo. Pero es gratis, y esta gratuidad devalúa cualquier tesoro.

Acabo de publicar un libro que se titula Tratado de filosofía zoom. Ya saben que zoom es una técnica fotográfica que consiste en acercarse mucho a las cosas, y ampliar la imagen. Lo que parecía irrelevante se convierte en grandioso. Creo que este procedimiento lo debemos aplicar en todos los terrenos de la vida. Con mucha facilidad no nos damos cuenta del valor, o de la importancia, o de la belleza de las cosas, hasta que las hemos perdido. El ánimo se nos deprime y el mundo aparece falto de encanto, de atractivo, de finalidad. Pero, los almendros han florecido. Y si fuera capaz de dejarme seducir por la belleza de su efímero fulgor, estaría salvado, al menos por un momento.

Ya sé que me dirán que esto es poético, pero que la vida es mucho más ramplona. No estoy de acuerdo en esa separación de la poesía y de la vida. La poesía es un modo de hacer vivible la realidad. Aunque suene redundante, de hacer vivible la vida.

Con mucha facilidad no nos damos cuenta del valor, o de la importancia, o de la belleza de las cosas, hasta que las hemos perdido

Les voy a contar un caso de zoom poético. Quienes hayan paseado por el campo, habrán visto sin duda algún árbol en el suelo, derribado, mero despojo, y, sin duda también, habrán seguido su camino. Pero uno de esos paseantes es un poeta, llamado Antonio Machado, se detiene y hace zoom sobre una minúscula parcela de lo que ve. En ese tronco viejo, desgajado, presto para el desguace, ha brotado una hoja. Los no-poetas dirán: “¡Bah, ya lo sabemos! Un tronco guarda algo de savia. Sigamos el paseo”. Pero Don Antonio piensa de otra manera, y decide detenerse y escribir un poema. Comienza viendo lo que todos: “Al olmo viejo, hendido por el rayo, y en su mitad podrido, con las lluvias de mayo y el sol de mayo, ¡algunas hojas verdes le han salido!”. Es ahí donde quiere detenerse, ese es el momento que no quiere olvidar. Y por eso escribe: “Olmo, quiero anotar en mi cartera, la gracia de tu rama verdecida”. Y luego saca una conclusión personal y esperanzadora: “Mi corazón espera, otro milagro de la primavera”. ¡A mi eso no me va a pasar!, tendemos a decir, pero los almendros en flor nos lanzan su mensaje: ¡Eh, mírame, que estoy aquí, floreciendo! Una dulce y estimulante invitación, que les recomiendo que atiendan.

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Redacción Revista Ballesol
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Equipo de redacción de la Revista Ballesol
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