PEDAGOGÍA DE LA VEJEZ

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He estado unos días en Marrakesh, hospedado en un pequeño hotel que me recordaba la casa de Toledo donde pasé mi infancia. Las habitaciones daban a un patio íntimo, fresco y silencioso.  He aprovechado esas horas de sosiego para  adelantar el trabajo que tengo entre manos: una “Pedagogía de la vejez”. Es un tema que me interesa, sobre todo, desde que cumplí setenta años. Hasta no hace mucho tiempo se pensaba que la educación era cosa de niños, porque su objetivo era enseñar a crecer, a convertirse en adultos. Ahora estamos convencidos de que hay que aprender también a envejecer. La vida es siempre un proceso de desequilibrios y reequilibraciones. En cada edad nuestros deseos y las demandas de la situación nos plantean problemas o retos nuevos. Los niños tienen los suyos, los adultos tienen los suyos, los ancianos tienen los suyos. Es fácil hacer una lista: comenzar a andar, aprender a hablar, ir a la escuela, pasar a la enseñanza secundaria, la adolescencia, el descubrimiento de la sexualidad, las relaciones amorosas, el comienzo de la vida laboral, el matrimonio, los hijos, la jubilación, la vejez, son momentos que exigen de nosotros aprovechar los recursos que tenemos, y, con frecuencia, aprender a hacerlo.

Suelo explicar a mis alumnos jovencitos lo que es la inteligencia, comparándola con el juego del póker. Tanto en la vida como en el juego nos reparten unas cartas que no podemos elegir. Las cartas genéticas, económicas, sociales en un caso. Los naipes en el otro. Es evidente que hay cartas buenas y cartas malas, y que es mejor tenerlas buenas. Sin embargo, no siempre gana quien tiene las mejores cartas, sino quien sabe jugar mejor. Esta es posiblemente nuestra gran sabiduría: aprender a jugar bien con las cartas que tenemos en cada momento.

Ahora estamos convencidos de que hay que aprender también a envejecer

Hay un aspecto que me interesa mucho. Todos tenemos dos grandes necesidades: el bienestar y el sentimiento de que progresamos. Parece que lo único a que puede aspirar una persona anciana es a una cierta comodidad, y que el progreso es incompatible con la vejez, que se interpreta como una etapa de decadencia y no de progreso. Sin embargo, el gran recurso de una “pedagogía de la vejez” es proponer o al menos sugerir modos de progresar. ¿En qué? Cada uno de nosotros debemos proponernos alguna meta lo suficientemente difícil para que si la conseguimos nos sintamos orgullosos, pero no tan difícil como para las probabilidades de fracasar sean demasiado altas.