MUSEO DE BELLAS ARTES DE LA CORUÑA

Siempre el arte que vemos esconde otro: el que sentimos, el que entendemos y el que nos estremece, el que no se ve. ¡Qué decir entonces de un museo! Visitar un museo es reunirse con nuestro arte propio, en el que siempre podemos adiestrarnos: el de saber mirar, saber vivir.

PRIMER PICASSO

En el Museo de Bellas Artes de La Coruña reina ahora “El Primer Picasso”, desde luego: exposición temporal extraordinaria de la extraordinaria madurez artística del genio niño aún; grandes obras, al margen del tamaño, del niño que aprendía a que su mano obedeciera a su capacidad de observación, para aunar técnica e imaginación, visión del exterior y el interior, realidad y deseo, y lograr la expresión plena del arte. Han pasado ya ciento veinte años desde que ese niño llegó a La Coruña, desde que llevo a cabo su primera exposición, que fue en una antigua tienda de paraguas, ciento veinte años para llegar a este acontecimiento: doscientas obras, óleos, bocetos y dibujos de paisajes, retratos y yesos de academia, vistas de la ciudad, divertimentos y caricaturas es lo que nos ofrece ahora el museo tras una labor larga y exitosa del comisariado, coleccionistas, instituciones y otros museos. El resultado, el festín, es espectacular, emocionante, y espabila además nuestro interés.

LAS QUE SE QUEDAN, LAS QUE NO SE VAN

Nos encontramos con pintura, dibujo, escultura, grabado, artes decorativas y, también, piezas de arqueología. Con todo ello podemos citarnos, pues cómo no citarse de manera gozosa con la belleza, el movimiento, el equilibrio, la armonía y la expresión  de artistas que han hecho crecer a través de los siglos  esa verdad del arte que conmueve nuestra inteligencia y nuestro corazón. Y entre todas las obras… elegir, sí, elegir, con cortesía y con libertad, aquellas que nos hacen vibrar más y mejor. Elijo, pues…

El “Jesús torturado”, de Morales…, siempre Morales y su escalofrío, el que nos produce su personal manera de componer escenas para transmitir temas esenciales; Rubens, “La Psique del amanecer”, su Psique mágica, con su óleo diluido en ocres, blancos, rojos…, su figura carnosa y etérea a la vez, los secretos estéticos de Rubens con los que logra extraordinaria expresividad en una tabla que enaltece sin duda la colección de este museo. Y hay aún otro Rubens, con el que el artista salta por encima del tiempo para volvernos cómplices de su complicidad con la antigüedad clásica: “Dédalo y el Minoauro”, ante el que no se puede sin más pasar de largo.

Tampoco puede pasar de largo nuestra atención ante “La catedral de Saint Jacques”, de Pérez Villamil: ¡cómo dejar atrás este óleo pleno de romanticismo, de este romanticismo rompedor, soñador y apasionado, representando el gótico que se eleva y, con él, nos eleva de la tierra! Y llegamos a la obra de Vahamonde Cornide, “Retrato de Emilia Pardo Bazán”, el retrato más conocido y el más artístico de una autora rotunda, llena de poderío y, también, de humorístico realismo. Es un espléndido perfil, blanco, negro y rosado y con un delicado y sabio azul radiante sobre el pecho, tres toques de pastel que parecen llenar de vida a la obra entera.

Y, finalmente, elijo a Lugris, a Urbano Lugris, representado en la colección con ese temple de un metro por dos, “La Coruña, 1830”, donación familiar que hay que agradecer, porque nos deja disfrutar de este gran, gran naive profesional, contradicción únicamente aparente en él, con sus invenciones formales, sus campos de color siempre atractivos y esa peculiar capacidad emotiva con la que nos sorprenden y encandilan sus obras.

Una alegría, dos, por las obras que se van a marchar y por las que se quedan…, a las que siempre podemos volver.