La crisis o no sabemos qué, está provocando nerviosismo entre la ciudadanía. Cada vez se respira más estrés en el ambiente de la calle, en las tiendas, en los centros de salud, en los supermercados, hasta en los patios de los colegios.
No sabemos cuál es la causante de ese ambiente que crispa. La televisión influye, pero tampoco vamos a echarle la culpa de todo. Por nada, la gente se enfurece, estalla y se arman numeritos con los que no vale la pena fisgonear. Porque lo peor de todo es que te la armen sin quererlo ni beberlo.
Todos los días y a todas horas en cualquiera de las calles más concurridas de alguna ciudad española se arma la de San Quintín por cualquier tontería de tráfico: que si uno se ha colado, otro se ha pasado el semáforo u otro avispado se queda con el aparcamiento… A veces se arman cada escenita que recuerda una batalla. De hecho, armarse la de San Quintín hace referencia a la batalla de San Quintín librada en 1556 durante el reinado de Felipe II y encuadrada en el conflicto mantenido por las monarquías francesa y española sobre Flandes. Al parecer se libró una cruenta batalla que se cobró muchas vidas de ambos bandos cuando tropas francesas fueron enviadas a levantar el asedio. Finalmente, las tropas españolas vencieron a las francesas y consiguieron la rendición de San Quintín. En conmemoración a este triunfo, Felipe II mandó construir San Lorenzo del Escorial.
Las autoescuelas recomiendan no coger el coche cuando uno se encuentra un poco vulnerable o nerviosillo. Y ¡cuidado! No se le ocurra pronunciar la expresión “tranquilícese” a alguien porque puede armarse la marimorena, es decir, una gran algarabía o un alboroto con disputas, reyertas, voces y golpes. Esta expresión alude la historia de una mesonera llamada María, o María Morena, tabernera de fuerte carácter y regañona. A mediados del siglo XVI había una taberna en Madrid regentada por esta mujer y su esposo, un tal Alonso de Zayas. Estos mesoneros guardaban el mejor vino para sus clientes distinguidos y ofrecían el de menos calidad a la plebe. En cierta ocasión parece que los clientes se enfadaron y quisieron probar el vino bueno, a lo que la mesonera se negó. La disputa fue de tal calibre que destrozaron el local. Aquella trifulca tuvo su repercusión y, por eso, se habla hoy de esta mesonera. Ahora bien, a la mayoría de las taberneras de aquella época se las llamaba María, nombre tópico también de las mozas de las posadas. Acostumbradas al trasiego de huéspedes y viajeros, estas mozas solían envolverse en disputas y querellas con los hombres cargados de vino y con pocos escrúpulos. La expresión, por tanto, bien puede hacer referencia a la esposa de Alonso de Zayas, o a cualquier otra.
También nos armamos de valor cuando debemos tomar una decisión trascendental o afrontar una cosa temible
Otra de las situaciones cotidianas en las que se utiliza una expresión acompañada de la palabra “armar” es aquella donde la comunicación falla entre dos o más personas, provocando malentendidos y confusión: Armarse un Tiberio. Esta expresión hace alusión a Claudio Tiberio, segundo emperador romano, hijo de Claudio Nerón y de Livia, que se distinguió pronto por sus sobradas dotes militares. A la muerte de Augusto, se apoderó del Imperio, al que gobernó con acierto al principio. Pero más tarde, tras el fallecimiento de su hijo adoptivo Germánico, se convirtió en un déspota despiadado. Hizo ejecutar a tal cantidad de senadores, amigos y parientes cercanos y lejanos que no había familia en Roma que dejara de contar entre sus miembros con alguna víctima sacrificada por este emperador cruel. De la infausta memoria de aquellos años de reinado abominable procede la expresión “armar un Tiberio”, que se emplea como sinónimo de confusión y alboroto. En este campo, los rumores, que siempre suelen ser infundados, arman la gorda. Los telespectadores estamos acostumbrados a ver los tumultos cuando algunos famosillos salen a la palestra a desmentir declaraciones falsas. Armarse la gorda indica un suceso de gran resonancia; su origen está datado en la revolución liberal de España del año 1868, en la que fue depuesta la reina Isabel II. Se supone que las gentes, sabedoras de que estaba en el ambiente tenso el advenimiento de la rebelión, se decían unas a otras cosas tales como “se avecina la gorda”, “va a venir la gorda” o “se va a armar la gorda”. Realmente, el origen se encuentra en la revolución de 1868, pero la gorda no es la propia revolución, sino la reina Isabel. Así, Isabel II armó su expedición hacia el exilio en 1868, y su comitiva fue tan exagerada y excesiva que quedó para siempre como sinónimo de jaleo o sarao.
No todas las expresiones con la palabra armar aluden a una escandalera. También nos armamos de valor cuando debemos tomar una decisión trascendental o afrontar una cosa temible. Por ejemplo, un joven se arma de valor cuando declara su amor. Aunque visto lo visto las expresiones populares más abundantes son aquellas que encarnan una riña o alboroto. ¿Acaso no se agita el corazón cuando nos declaran amor?