Decía Einstein que “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”. Aunque los grandes cambios en la historia se consiguen por el esfuerzo de muchos, hay excepciones que por sí solas se convierten en maravillosas. Isaac Newton estudió en Cambridge a Descartes, Boyle, Copérnico o Galileo hasta que la universidad tuvo que cerrar sus puertas a causa de la peste. En los dos años siguientes comenzó a revolucionar las matemáticas y las ciencias hasta difundir la Ley de la Gravedad. Marie Curie fue la primera mujer que ganó un Premio Nobel, primero en Física y después en Química. William James Sidis fue considerada como la persona más inteligente de la historia, pues su cociente intelectual, según los expertos, habría estado entre los 250 y 300. A los ocho años conocía 8 idiomas, además del inglés sabía latín, griego, francés, ruso, alemán, hebreo, turco y armenio. Nuestro protagonista no se queda atrás.
A José Luis Iborte la historia también le aguarda mucho más que una mención. Este aragonés, que vive en el centro de Ballesol Mariana Pineda, nació con un libro en la mano casi literalmente, porque recuerda que “escondía un libro que leía de reojo antes de que mis padres me llamaran para comer”. Con diecisiete años compagina los estudios con un empleo en la caja de ahorros. Imaginan bien si piensan que estudiaba a horas intempestivas, “robando horas al sueño, porque empezaba a estudiar desde las 12 de la noche a las 8 de la mañana”, más explícitamente “cuando a esas horas otros comenzaban a divertirse yo iniciaba el estudio”, reconoce sin ningún rubor y arrepentimiento porque “la mejor enseñanza del libro de la vida es esta: trabaja, trabaja y trabaja”. La costumbre de leer no la ha perdido en Ballesol, “un espacio ideal para la lectura y la meditación” teniendo en cuenta que este reconocido humanista posee una extensa biblioteca con más de 9.000 volúmenes. Y seguro que en alguno de esos libros se cuenta que su dueño es un erudito del conocimiento, que tiene ocho doctorados cum laude, diecisiete licenciaturas (Filosofía y Letras, Ciencias Políticas, Filología Española, Alemana, Francesa, Clásica, Ciencias Biológicas, Económicas… Medicina hace dos años) que habla ocho idiomas perfectamente y que antes de aparecer en el libro Guiness de los records, los medios nacionales e internacionales ya le llamaban “el pequeño Einstein”. ¿Mente o inquietud privilegiada? “Inquietud sin duda. De lo que no estoy seguro es de si es maravillosa. Un corazón inquieto es el que ha presidido todo el devenir de mi vida”.
Allan Stewart, un dentista jubilado de Sídney, Australia, batió su propio récord mundial al recibir su cuarto título de Educación Superior a los 97 años de edad. En ambos casos parece un desafío a la edad, un convencimiento de que nunca es tarde para seguir aprendiendo… “¡No solo estoy de acuerdo con la afirmación!, sino que yo mismo he sido un ejemplo de ello, puesto que la mayor parte de mi currículum universitario se ha culminado después de haber cumplido los 65 años, fecha en la que fui jubilado oficialmente”. De su estantería en su apartamento de Ballesol Mariana Pineda sobresalen algunos libros suyos. Sobre escribir se han dicho muchas cosas, tan simples como la necesidad de tener tiempo y disposición o poner negro sobre blanco, pero es mucho más complejo si encima pensamos en el éxito: “Creo que este depende fundamentalmente del lector. No hay libro que pueda llamarse bueno si no merece ser releído”, responde convencido, y afirma que cualquier libro de Fray Luis de León y San Juan de la Cruz será su favorito. Y así se despide una persona maravillosa, con la inquietud intelectual de un joven y la formación de un hombre del renacimiento.