Nos repiten hasta la saciedad la relevancia que tiene una alimentación sana y equilibrada, no sólo por estética, sino ante todo por salud. La responsabilidad a la hora de decidir si vamos al supermercado, a la tienda del barrio, a la frutería o al mercado es importante, sobre todo cuando seleccionamos los productos. No hay como una rica ensalada fresca, con ingredientes de la tierra, o una fruta sabrosa y dulce, típica de la temporada. Desde hace ya unos años, parece que han desaparecido las cuatro estaciones del año para las cocinas. Encontramos de todo durante los 365 días. Por ejemplo, ya no tenemos que esperar al frío para comprar cítricos porque gracias al cultivo en invernaderos podemos disponer de esta fruta u otras verduras siempre que queramos. Esto puede ser una ventaja para cocinar, pero para nuestra salud el beneficio no es tan positivo. El precio que pagamos es la pérdida de gran parte de sus cualidades nutricionales o dejar de comerlos con todo su sabor, olor y textura. Los avances tecnológicos en el sector de la alimentación nos permiten disfrutar de una amplia variedad de productos en cualquier época, pero… ¿es realmente esto un gran avance?
Ahora los tomates tienen un aspecto formidable, pero en la ensalada no saben a nada. ¿Preferimos envoltorios relucientes con interiores falsos o productos de aspecto natural con un sabor extraordinario? Los melocotones que huelen a gloria ya son difíciles de encontrar. Todo ello es debido en gran parte a que son recogidos antes de tiempo, ya que el grado de madurez influye en la cantidad de azúcares y en buena parte de su contenido vitamínico y mineral. Las frutas y verduras, como son alimentos fácilmente perecederos, deberían consumirse en el momento idóneo; pero muchas veces no es posible porque muchos de estos productos sólo maduran en el árbol.
″Es difícil practicar un consumo perfectamente responsable, pero al menos debemos intentarlo.»
Según los expertos, no es casualidad que en invierno la naturaleza nos ofrezca frutas y verduras generosas en vitamina C, que refuerza el sistema inmunológico, y en primavera y verano variedades que contienen gran cantidad de agua, como el melón y la sandía para mantener nuestro organismo correctamente hidratado. Sin duda, la naturaleza es sabia.
Las principales ventajas de consumir alimentos de temporada es que además de estar en su mejor momento son más sanos porque se cultivan en suelos ricos con las condiciones climáticas adecuadas y completando su calendario natural. Nos ofrecen el mejor aporte nutricional ya que en el momento de su recolección mantienen intactas todas sus propiedades. Por ejemplo, ahora en invierno es tiempo de castañas, mejillones, salmonetes, ajo blanco, zanahoria, lubina, piña, espinacas, salmón, alcachofas o bacalao.
Otra cualidad, que afecta al bolsillo del consumidor, es que los alimentos de temporada son más baratos. Las cosechas en el caso de frutas y verduras- y el ciclo de reproducción de los animales -en pescados y carnes- permiten que, durante un periodo concreto del año, la disponibilidad en las tiendas de estos productos sea mayor. Y al aumentar la oferta, el precio disminuye. Por último, otro valor influye positivamente en el medio ambiente. Con ingredientes de temporada se contribuye a respetar la naturaleza, porque al respetar el ciclo natural y la zona de producción de los alimentos, se evita la implantación de monocultivos intensivos que agotan la tierra. Y como la necesidad de transporte, distribución y almacenaje es menor se reduce el gasto energético y la contaminación (emisión de gases o el material de embalajes). Y es que el gasto energético que implica el modelo alimentario actual es bestial, tanto que si este modelo impuesto por los países del Norte se extendiera a todo el mundo haría falta más planetas que el actual, con sus fuentes energéticas y sus recursos para poder abastecerlo. Está claro que este sistema alimentario no funciona, por ello han surgido muchas experiencias de comercialización de alimentos que permiten una alternativa de consumo responsable que se vincule a estructuras de participación y acción colectiva que den un sentido a las respuestas individuales.
En este sentido, para acercarse a un consumo responsable se recomienda apostar por una dieta equilibrada y sana, libre de tóxicos y transgénicos. A la hora de comprar, se aconseja priorizar los alimentos locales, ya que se reducen los transportes innecesarios y se favorece la sostenibilidad de la producción local. Aparte, es mejor comprar en tiendas del barrio o mercados municipales: se garantiza la frescura de los productos y se evitan los alimentos envasados y de difícil reutilización, tan típicos de las grandes superficies. Éstas venden de todo, con una apariencia bonita y con un exceso de envases, como las bandejas de poliespan o aluminio.
Es difícil practicar un consumo perfectamente responsable, pero al menos debemos intentarlo porque como consumidores tenemos el poder de decidir y finalmente nuestras prácticas revierten en nuestro bolsillo, pero ante todo en nuestra salud.