UNA SOCIEDAD PARA TODAS LAS EDADES

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En el año 2002, se celebró en Madrid la Segunda Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento convocada por las Naciones Unidas, un acontecimiento de enorme relevancia a pesar de la lamentablemente escasa atención que en su momento mereció por parte de los medios de comunicación y, consecuentemente, por parte de la sociedad en su conjunto.

Representantes de 160 países debatieron en la Asamblea tanto sobre los aspectos más significativos del envejecimiento, como sobre las oportunidades y retos que este proceso supone para nuestras sociedades y para nuestra manera de vivir.

Habían transcurrido veinte años desde la celebración de la Primera Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento en Viena, y gran parte de los trabajos de la Asamblea de Madrid se dedicaron a hacer balance de lo logrado hasta entonces en relación con los objetivos marcados en Viena, entre los que destacaba especialmente el que debería suponer un hito para la orientación de las políticas de los diferentes Estados: “Envejecer en casa”.

Si ese fue el lema que marcó el desarrollo de la Asamblea de Viena, la Asamblea de Madrid vendría marcada por otro lema de igual o superior peso e importancia: UNA SOCIEDAD PARA TODAS LAS EDADES.

Reconociendo que el generalizado aumento de la esperanza de vida, supone un logro de carácter histórico para la humanidad, también se hace preciso destacar que implica uno de los mayores retos a los que la humanidad se haya enfrentado nunca: el reto de aumentar las oportunidades de las Personas Mayores para continuar integradas en la sociedad y para ofrecerles la posibilidad de participar activamente en la misma.

En la Declaración Política de la Asamblea de Madrid los países participantes decían: “Nos comprometemos a eliminar todas las formas de discriminación, entre otras, la discriminación por motivos de edad. Asimismo, reconocemos que las personas, a medida que envejecen, deben disfrutar de una vida plena, con salud, seguridad y participación activa en la vida económica, social, cultural y política de sus sociedades”. No debe olvidarse, se indicaba, que “el potencial de las personas de edad es una sólida base para el desarrollo futuro” y que “cuando el envejecimiento se acepta como un éxito, el recurso a las competencias, experiencias y recursos humanos de los grupos de más edad se asume con naturalidad como una ventaja para el crecimiento de sociedades humanas maduras, plenamente integradas”.

“Reconocemos la necesidad de fortalecer la solidaridad entre las generaciones y las asociaciones intergeneracionales, teniendo presentes las necesidades particulares de los más mayores y los más jóvenes y de alentar las relaciones solidarias entre generaciones”.

Lo que, en definitiva, se planteó en la Asamblea de Madrid era la misma cuestión que constituyó el eje central de los trabajos desarrollados por las Naciones Unidas durante el año 1.999 dedicado a las Personas de Edad Avanzada: lograr una sociedad para todas las edades, afirmar que el desarrollo de las sociedades, que ofrece oportunidades para todos, no sería posible sin la contribución de todos y sin la colaboración de todos los integrantes de la sociedad. Es en este sentido en el que el creciente proceso de envejecimiento de nuestras sociedades no debe conceptuarse, por supuesto, como un problema ni como un asunto que afecte (y, por tanto, interese) exclusivamente a las Personas Mayores y a las Administraciones Públicas.

El proceso de envejecimiento es un logro y una oportunidad, un avance sustancial y así debe ser valorado (o ¿es que alguien preferiría no llegar a tener una edad avanzada?). El proceso de envejecimiento es algo que afecta e interesa al conjunto de la sociedad y ante el que todos juntos y de forma solidaria debemos afrontar los retos que plantea. Reconocer el potencial de las Personas Mayores es el punto de partida. Nuestras sociedades no pueden permitirse el lujo de expulsar a quienes acumulan experiencia y conocimientos que tan necesarios resultan para lograr un desarrollo fundamentado en el saber hacer y en el logro de crecimientos en la productividad que no se fundamenten en el empeoramiento de las condiciones de vida sino en su mejora. El esfuerzo y colaboración de las generaciones jóvenes es esencial para lograr este reconocimiento. Pero reconocer el potencial de las generaciones de jóvenes y las inmensas posibilidades que su aportación activa ofrece a la sociedad es igual de importante que el arranque anterior. Nuestras sociedades no pueden tampoco permitirse el lujo de impedir, dificultar, desaprovechar la capacidad, ambición y preparación de tantos jóvenes sin los que el avance de nuestra sociedad será imposible y cuyo futuro, en último término, es lo que se está dilucidando.

El desarrollo de las sociedades, no es posible sin la contribución de todos y sin la colaboración de todos los integrantes de la sociedad

Fomentar las relaciones intergeneracionales en un marco solidario permitirá a las Personas Mayores sentirse activas, útiles e integradas; a los jóvenes les dará una identidad propia, referencias e integración; y a todos un desarrollo común y un considerable enriquecimiento cultural.