MANUEL AYLLÓN

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1951
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Fueron cinco las facultades que vieron pasar por sus aulas a Manuel Ayllón, y ninguna logró retenerle: ninguna espabiló su vocación. Lo consiguió, un buen día, un amigo, con el cual comenzó a dibujar y a hacer algo de mancha, hasta que desembocó en el estudio de un artista seguro, Waldo Aguiar.

Allí y así se descubrió como alguien unido a esa aventura, la aventura del arte, nada menos. Al poco tiempo, encontró un localito (todo esto, en Madrid, donde nació en el cuarenta y cinco) y comenzó a asentarse activamente entre los dieciocho y los veinte años.

Le atrajo la escultura, antes que la pintura y el grabado, los relieves que iban de sus manos y el barro al vaciado en hormigón y que fueron hallando emplazamiento en espacios y ámbitos de la vida común, dentro de interiores urbanos. Junto con Diego Moya, y animado por el escultor Planes, se presentó en la década de los sesenta a una de las ediciones de la Exposición Nacional de Bellas Artes, seleccionaron la obra y vivió esa experiencia por primera vez. En el setenta y tres, se fue a París, amparado por una Beca March: “Yo llevaba dos años trabajando con metacrilatos y acero inoxidable, cuando en la Galería Sen me encontré con una exposición del “Grupo de Investigación visual” que tenía como sede París. Obtuve la beca mediante la propuesta de llevar a cabo un trabajo de investigación de materiales plásticos en el arte, me la concedieron y allá que me fui. Una vez allí, el grupo mencionado me ayudó y cumplí mi propósito, con el cambio del dólar más bajo de toda la historia de las becas, ya ves.”

A su regreso, Juan Kreisler mostró las obras surgidas de sus investigaciones parisinas. Luego vinieron las galerías Rayuela, Ruiz Castillo y Tercer Espacio, en Madrid, y exposiciones fuera de la capital. Cuando en su vida y en su trayectoria aparecieron el grabado, el papel, todas las técnicas y procedimientos y cobró asimismo relevancia para él la pintura, Manuel Ayllón pudo ya destinar cada idea,  cada imagen,  cada propósito expresivo,  cada obra, a su vía mejor: se había ido facultando para ello. Adquirió su propio tórculo y se puso a indagar y a experimentar con libertad. Y, algo importante: fundó un famosísimo taller, “Tres en raya”, del cual comenzaron a salir obras propias y estampaciones ajenas, así como a impartir clases a alumnos atraídos por las artesanales y pacientes operaciones propias del grabado. Y entró, para quedarse, en la universidad: “Fíjate, no entré en la facultad de Bellas Artes como alumno, pero lo hice como profesor, y como profesor de Grabado. A esas clases  se apunta gente nada folklórica, que sabe superar los momentos de desfondamiento, que tiene amor por la transformación paulatina de las materias y a quienes les gusta trabajar en común, colaborando, teniendo en cuenta ideas de los otros, dudando, preguntando… Yo, como autodidacta, me fui formando así, de un estudio y un taller en otro, preguntando, aprendiendo de artistas generosos que me informaban y me mostraban caminos y resultados, y en las clases de la facultad me gusta advertir esa actitud siempre curiosa, indagatoria, interesada. El Grabado actúa como un filtro. A esta especialidad no se apunta nadie que no esté llamado, por decirlo así.”

“EL VIAJE”

Participación en bienales internacionales, premios, exposiciones colectivas en salas institucionales, muestras casi antológicas de sus obras…, todo ello se queda, poco a poco, en un segundo plano de la conversación cuando comenzamos a atender a sus obras de “EL VIAJE”. El texto manuscrito que reproduce esta sección lo dice con sus propias palabras. Y Manuel Ayllón se emociona con mi propia emoción. Las obras son las de un artista pleno de aspiración, de anhelo, de pasión, de rigor, de recuerdo, de conciencia por las estancias cósmicas que nunca han de sernos ajenas. El mundo astral de “ahí fuera” está en el “dentro” de cada alma humana, está en la actividad de ese tiempo nocturno de los sueños; nos movemos entre las dos orillas de un abismo y el arte es uno de los grandes puentes tendidos entre ambas realidades. Hay sueños lúcidos, hay sueños proteicos; sueños (lo sé) que nos despiertan dentro de los sueños para seguir viviendo de manera consciente la experiencia de la grandiosidad, de la magnitud del “paisaje de todos los orígenes”, sueños tras de los cuales, “de regreso”…, sentimos esa nostalgia nunca pasajera que se refleja en nuestra vida diaria, en la imaginación, en los proyectos, que nos impulsa y nos acompaña, que sigue conmoviéndonos y mueve al cabo nuestra voluntad. Así actúa “El viaje” en la gran voluntad creadora de Manuel Ayllón.

Comenzó este esplendor con las obras reunidas bajo el título “Camino de las estrellas”; en tal colección, Ayllón miraba paisajes desde la altura, y utilizó el collage, el dibujo y el grabado; la altura, al distancia fue aumentando hasta entrar en la etapa de “El viaje”: la vivencia se interna en esos mundos espaciales señeros, y todo nos lo cuenta   mediante la pintura sobre madera; Y “De regreso”, encontrará su sitio en obras que aún están naciendo, en el despliegue de un “gran documento”, de una exposición magna cuya ambición es reunirlo todo, lo más y lo mejor que compartir y situar ante la vista exterior e interior de quienes admiramos continuadamente su quehacer