ENTREVISTA A MAYRA GÓMEZ KEMP

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Cuadro de honor Mayra Gomez Kemp
Cuadro de honor Mayra Gomez Kemp

Media España se sienta ante el televisor. Es el año 1976. El programa de Narciso Ibáñez Serrador, el célebre “Un, Dos, Tres” de la noche de los viernes es el líder absoluto de aceptación en las mediciones de TVE. La audiencia se medía por el horario, ya que la televisión única no tenía competencia.
Aquella noche, el programa se dedica a la fantasía de Las Mil y Una noches. Kiko Ledgar, el de los dos relojes en cada muñeca, es el presentador estrella que derrocha simpatía. Y llega la subasta. Los concursantes dudan. Kiko les ofrece una cosa, quiere cambiarla por otra, entran actores, ofrecen nuevas “tentaciones”. De pronto, llega una chica rubia, balanceándose, y antes de dejar el regalo lanza unos versos…
Somos las huríes, hijas del Islam
Nosotras amamos al buen musulmán…

..Me acuerdo perfectamente. Fue mi primera aparición en el programa de Chicho.

Y allí empezó, casi sin querer, la impresionante carrera de Mayra Gómez Kemp. Luego hubo más apariciones y Mayra un día de  hurí, otro de odalisca, otro de andaluza fue dejando huella de su buen hacer.

Eran apariciones mínimas pero aquello empezó a darme una pequeña popularidad. Y fue cuando con Beatriz Escudero y María Durán, dos azafatas del concurso, hicimos el trío Acuario.

¿Y qué te queda de todo aquello?

Experiencias preciosas, amistades.

Y muchos premios.

Bueno, sí, muchos premios. Pero debo decirte que los premios tienen sentido cuando te los dan. Después son sólo recuerdos. La verdad es que yo no era consciente de todo aquello, ni del poder multiplicador de la televisión.

Y eso que todavía no había llegado tu momento.

No. Visto desde ahora, no. Pero mira así como no me podré nunca olvidar de Chicho, tampoco puedo  olvidarme de José Antonio Plaza. Yo le debo mucho. Fue el que me llamó para presentar “625 líneas” con Juan Santamaría. Era el programa que TVE dedicaba a promocionar sus propios programas…

«Mi filosofía es clara: me niego a cruzar el puente antes de llegar a él»

Y es cuando llega la noticia de que Kiko Ledgar haciendo una broma sobre el borde de una ventana, sufre un aparatoso accidente. Y se acerca la nueva temporada del Un, Dos, Tres. Y suenan dos nombres importantes para presentar el programa: Emilio Aragón y Chicho Gordillo.

Me acuerdo perfectamente, claro. Y fue cuando, de pronto, recibo la llamada de Chicho Ibáñez Serrador. No me lo podía creer, entre otras cosas porque el concurso es un género muy masculino. Los presentadores de concursos siempre habían sido varones.  Pero la oferta era clara. Íntimamente, no lo dudé ni un segundo. Pero querían convencerme de que no aceptara. Incluso el propio José Antonio me decía: no te metas ahí, porque te puedes hundir para siempre. No veía a una mujer haciendo de tahúr. Yo creo que ni a TVE le gustaba; pero Chicho en aquel momento mandaba mucho. Mis amigos me decían, tencuidado, que eso te puede quemar para siempre…

Y allí se lanzó Mayra. El resultado lo recuerda toda España. Aquello fue un doctorado en televisión para la presentadora.

Me dí cuenta de lo mucho que sabía Chicho y de lo poco que sabía yo. Y eso que tenía ventaja por mis padres. Ten en cuenta que la primera vez que yo pisé un plató de televisión tenía 2 años. Pero eran grabaciones durísimas. Chicho era muy exigente con todos y consigo mismo. Había que trabajárselo todo tan bien como para que no se notara el enorme esfuerzo que había detrás. Y no me pareció nunca mal, porque yo soy de las que dice, si trabajo, trabajo… Es quizá la máxima de mi madre, que me decía: la única excusa para llegar tarde al trabajo es estar muerto.

¿Imaginaste en algún momento el éxito y la popularidad?

No. Era impensable. Y lo sigue siendo. Esa popularidad repentina que puede ser agobiante es muy de agradecer. Notas que la gente te quiere, te dice piropos por la calle, se mete con las tacañonas… Es otro mundo.

Y después poco a poco, aquel boom se va diluyendo y aquella presentadora capaz de enfrentarse a todo y con éxito, va cayendo en un olvido imperdonable. ¿Por qué crees que ocurrió aquello?

Bueno, entre otras cosas, se diluyó la televisión con la llegada de las privadas. Y yo tuve mucha culpa. Era un momento distinto: a mí me llamaban, y no presentaba proyectos. No me dí cuenta de que el negocio estaba cambiando. Había que hacer una productora, ofrecer un producto… Pero yo no era una mujer de negocios. Yo quería presentar. Tuve alguna oferta para hacer un programa de cotilleos del corazón, que no me gustó… Hice algunas cosas de éxito como Luna de miel. Pero poco a poco, como bien dices se fueron olvidando y yo no lo peleé. Empecé a rechazar lo que no me gustaba y hasta hoy.La verdad es que también influyeron otras cosas, como la, muerte de mi madre.

Es cuando Mayra se da cuenta de que había vivido sin tener un tiempo personal. El agobio del trabajo, las galas, la radio, la televisión, el éxito… Y de pronto se da cuenta de que, como diría Julio Iglesias, se olvidó de vivir.

Así que decidí que tenía que vivir MI vida, NUESTRA vida. Le dije a mi marido: Nos vamos a dar la vuelta al mundo. Y como no vuela y no íbamos a viajar en diligencia nos fuimos en un crucero de tres meses y medio. Fue la mejor decisión de mi vida. Fue un viaje maravilloso… Vimos…

Y se queda pensando en Petra, en Jordania y añade solamente:

Nadie se debía de morir sin ver Petra.

Un cáncer

Pero ahora estamos aquí. Mayra no habla como hablaba . Sí sonríe como sonreía. Sí tiene esos ojos que miran preguntando, y sí tiene la voluntad que tenía. Y ese poder de comunicar. Ella, a la que dijeron que quizá no podría volver a hablar… ella, cantante a la que dijeron que quizá no podría volver a cantar…

Fuí al dentista a revisar una muela. Y aproveché para decirle que tenía un punto en la lengua que tenía como un escozor. Lo miró con atención y sólo dijo: hay que hacer una biopsia inmediatamente. Y si no puedes tú, yo mismo la llevo al anatomopatólogo. Dentro de un par de semanas tendremos el resultado. Cuando me llamó al quinto día, sospeché que algo no iba bien.»Quiero verte cuanto antes».

Y allá fue Mayra, con todos los interrogantes juntos, con todos los temores apretándose en el cerebro. Al llegar le dió un informe extenso.

La verdad es que lo leí saltándome párrafos enteros, obviando todas las palabras técnicas, hasta que llegué al final en donde decía: carcinoma. Y ahí es cuando tienes la sensación de que se detiene el mundo, de que se congela la imagen. Y te congelas tú. Carcinoma. Lo primero que pensé al margen del cáncer fue: ¿Y cómo se lo digo a Alberto, a mi marido? Temía que se viniera abajo. Sin embargo, lo tomó muy bien. Tuvo ánimo mientras preparamos todo y llegó la operación. Una operación incierta, porque había que rebanar todos los ganglios, y se me iba a acumular el líquido linfático en la garganta… No sabían cuánta lengua me tenían que amputar, qué tramo de lengua, de qué tamaño… La cara se me hinchaba, te tocas y tienes la sensación de que hay algo que no es tuyo. Mi marido lo llevó  muy bien hasta que se superó. Y entonces, precisamente en ese momento, se derrumbó. Hoy ya está bien.

Era el mes de febrero de 2009. Después revisión cada 45 días. Y hace muy poco, examen exhaustivo. Todo va bien.

La lengua, al gimnasio

¿Y tú, cómo estás ahora?

Muy bien. Yo llevo la lengua al gimnasio todos los días varias horas. Ten en cuenta que te amputan un pedazo y tienes que aprender a recolocar la lengua para poder hablar. Y hago gimnasia para tragar. Por ejemplo me dijeron que no podría comer arroz, porque al comer tienes que pasar la lengua por toda la boca y si no reaprendes, te es imposible… No puedo decir ni ele , ni erre , hablas como si fueras chino. Por eso uno de los ejercicios que te recomiendan es hacer pedorretas, porque la lengua se había olvidado de vibrar.

Al principio Mayra llevaba una pizarra de esas que se borran. Y llegaba a un sitio y escribía “No puedo hablar”, señalaba la pizarra y lo que quería y así se comunicaba hasta que poco a poco los ejercicios empezaron a dar su fruto.

Tiene frases de enorme agradecimiento para sus amigos y para sus vecinos.

Entre otras cosas, porque yo no quería que se enterara nadie. Hasta que ya no pude ocultarlo más. Supe que iba a salir la noticia en una revista y entonces fue cuando me decidí a hacerlo público. Iba a salir publicado y seguramente no iba a salir como yo quería, así que decidí adelantarme. Tenía que hacerlo.

Aquella temporada de silencio, de ocultación, de gimnasia lingual, de lucha por superarlo, de animar a su marido y además escondiéndose para que nadie la viera llorar fue dura. Muy dura.

¿Qué fue lo peor de este proceso?

Las primeras semanas en que no podía dormir. No había postura. Tenía que dormir sentada, con almohadones para apoyar la cabeza, con la cara llena de drenajes; con la traqueotomía, con la sonda nasogástrica… Aprendí que se puede vivir sin comer, a base de suero. Y que el ser humano puede aguantar lo  increíble. Por cierto, aprendí también que tengo muy buenas venas.

¿Y lo mejor?

Ver la cantidad de gente que está ahí, que te quiere, que te anima. Todos los días alguien se acerca a decirme que ánimo, que adelante, que me quiere, que me cuenta sus problemas. Y conste que todo esto lo cuento no para dar lástima, sino esperanza.

Cambia la visión

¿Cambia tu mirada hacia la vida?

Sí. Radical. Te cambian todas las prioridades. Te das cuenta de que las cosas a las que dabas importancia no dejan de ser anécdotas, tonterías. Y te lleva a apreciar el día, el sol, el paseo… Tenía ganas de volver a Estados Unidos. Me entró miedo y fue cuando me dije: pero miedo de qué… ¡Así que nos fuimos a Estados Unidos a ver a mi hermana…! Pese a todo. Me ves así , pero todavía no puedo comer de todo ni en todas partes. No he querido dar importancia a la palabra cáncer. Es una enfermedad más. Me ha cambiado la vida, claro que me ha cambiado. Yo preferiría hablar correctamente, comer como antes; pero no puedo. Tengo que aprender a vivir así lo mejor posible. Por eso aprecio cada momento, cada palabra, cada caricia, cada cariño…

¿Tienes una idea distinta del tiempo?

Sí, totalmente. Ya no pierdo el tiempo con quien no me interesa.

Gracias por partida doble. Por tu tiempo y por interesarte.

Es que tengo que empezar a valorar el tiempo. Tengo que aprovecharlo. Quizá eso me haga un poco más deslenguada. Ya te decía que cambian las prioridades. Ahora estoy más sensible, podría decir, tengo la lágrima más fácil y lloro por cosas aparentemente tontas. Si alguien me dice algo bonito, se me saltan las lágrimas. Aprendí a ponerme en el lugar de otras personas, tienes como más empatía, más comprensión, menos egoísmo. El dolor no me ha asustado nunca. Soy fuerte, siempre lo he sido. Pero nunca me he sentido tan impotente y tan en manos de otros. Quizá por eso cuando empecé la rehabilitación lo tomé como un reto. Ya podía empezar a hacer algo por mí.

«Que nadie me tenga  lástima. Sigo siendo una privilegiada que he vivido como he querido»

¿Temes la vejez?

Tengo 62 años y me veo la mar de bien. He asumido, y me gusta creerlo, que voy a ser como toda mi familia: longeva y con actividad hasta el último momento. Y si no, ya veremos. Mira, mi filosofía es clara: me niego a cruzar el puente antes de llegar a él.

¿Qué ha sido el amor en tu vida?

Todo. Sí, todo.

¿Concibes la vida en solitario?

Yo sí; creo que podría llegar a vivir sola; pero sería como si perdiera un brazo o una pierna. Lo vas a echar de menos siempre. La verdad es que yo no podría haber vivido mi vida con otro hombre que no fuera Alberto. Era mayor que yo cuando lo conocí. Y fue un flechazo que dura desde hace 37 años. Todos dijeron que yo buscaba un padre. Y no era verdad. Yo estaba sobrada de padre. Posiblemente, era él, el que buscaba una madre cuando me encontró a mí.

¿Piensas alguna vez en la muerte? ¿Cómo la ves?

No pienso mucho en ella, ciertamente. Sé que me tengo que morir, aunque viva como si fuera inmortal. La verdad es que en todo este proceso en lo último que pensé fue en la muerte. Mira: no tengo tiempo para morirme.

¿Tienes algún truco para ver siempre el lado positivo de las cosas?

Nací así. Cuando me dan ganas de llorar o estoy triste me dura lo que tardo en cabrearme. Y entonces me lleno de adrenalina y reacciono. Y se acabó la tristeza.

Y señala como un complemento de la charla:

pero nada de lástima; siempre esperanza. Yo sigo siendo una privilegiada que ha vivido como ha querido siendo mujer y sin tener que someterme a nadie. Vivo mi vida día a día recuperando la normalidad que había perdido.

CUANDO SALÍ DE CUBA

¿Sin recelos por el acento?

No había acento. Hay que decir -y que se interprete bien- que los cubanos que recibíamos una educación adecuada no hablábamos como Dinio, por poner un ejemplo. Y el hecho de que mi madre nos exigiera continuamente el inglés, nos dió otra forma de hablar. Y yo tenía muy buen oído. Quizá por eso me gustaba tanto cantar.

Mayra tuvo una infancia feliz. Vive frente a la playa, va a la escuela en bicicleta y al salir, se baña en el Caribe.
Hace todo tipo de deporte y todo se le da bien.

Tenía 11 años cuando su padre se da cuenta de que las cosas no van bien en Cuba. Vivió los primeros momentos de Fidel con enorme esperanza. Hasta que llegó aquel discurso de Castro en que apareció con una paloma en el hombro. Aquel mismo día, el padre reúne a la familia y les dijo solamente: En este hombre no se puede confiar. Es un demagogo. De aquí hay que irse… Y se fueron en el último vuelo de la compañía Delta, procedente de Atlanta y con destino a Puerto Rico…

La madre era actriz, y el padre fue uno de los primeros directores de la televisión cubana. Fue quien me enseñó el manejo de las cámaras, quien introdujo los primeros elementos de la realización, fue director de programas, guionista, realizador… un todo terreno de la comunicación. En Puerto Rico encuentra trabajo en una agencia de publicidad. El cambio para las dos niñas, Mayra y su hermana, fue muy brusco. De vivir al aire libre, al sol, pasan a un minúsculo apartamento con una sola habitación. “Nosotras teníamos que dormir en la sala”.

-Mi padre tenía las ideas muy claras. Desde que salimos de Cuba mi padre nos dijo que lo único que podía dejarnos como herencia era la educación. Así que a eso dedicó todos sus esfuerzos. Yo tuve además mucha suerte, porque –debo decirlo– me gustaba estudiar. Así que en cuanto pude empecé Filosofía y Letras. Yo era un poco empollona y repipi. Mi hermana es dos años mayor que yo y ya había empezado el colegio. Así que cuando ella empezó yo no quise quedarme sola en casa y quise ir al colegio también. Me quedé encantada.

El padre proponía una carrera como meta. Podéis hacer lo que queráis; pero primero, una carrera.

-Yo recuerdo que me dijo: Nunca dependas de un hombre que te mantenga. Estudia, haz algo, se independiente. Así que en cuanto pude empecé a estudiar, tras algunos cursos de Filosofía, Periodismo primero y Publicidad después. Porque está claro que lo mío era la comunicación y lo que más cerca estaba era, evidentemente, éso.

¿Qué quedó de aquella infancia feliz?

Entre otras cosas mi amor por los animales. Me crié con caballos, con perros, con tortugas. Todo animal que me encontraba me lo llevaba a casa. Hasta que un día mi madre me dijo: El próximo animal que traigas, se queda; pero entonces te vas tú. Me queda de entonces también mi amor al mar. Tengo la sensación de que crecí silvestre, sin preocupación por nada, con esa sensación indefinible de la libertad.

¿Volviste alguna vez a Cuba?

No, ni volveré mientras esté el castrismo. A mi marido le hubiera gustado conocer el país; pero yo no piso aquella tierra mientras no haya libertad. Creo que el embargo ha prolongado el castrismo. Y es una pena. Muchas veces me decían «Tranquila, Mayra que no hay mal que 100 años dure». A lo que yo contestaba: «¿Y si dura 99?»

Después de Puerto Rico llega a Miami a estudiar y ve que no llega el dinero, así que empieza a trabajar en lo que encuentra.

Trabaja en un café teatro, canta en otro café o se encarga de poner los electrodos en una consulta de cardiología…

Porque además yo no quería “el gueto”. Y no lo digo en tono  peyorativo. Pero los cubanos de Miami quedaban arrinconados en un gueto, yo no quería ser ciudadana de segunda. Mi mejor amiga se había casado con un pelotari vasco que vivía y jugaba en Barcelona. Ella iba a dar a luz, así que le dije si podía venir a acompañarla. Y así fue como con un billete de ida, sólo de ida, me planto en Barcelona. Yo venía con el ánimo total de integrarme. Y España se me metió en el cuerpo (¡y en el alma!).